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EL MITO HEMINGWAY   

Por Luis Gilpérez Fraile

Como venía a decir Julio Llamazares, para justificar la tortura del animal, los taurinos necesitan, aunque nunca los lean, a los intelectuales. Y entre los intelectuales más citados por los taurinos, para justificar su vergonzosa afición, está el Nobel en literatura Ernest Hemingway.

Yo sin embargo tuve dificultades a la hora de clasificar su “Muerte en la tarde”[1] en mi breve biblioteca. Finalmente me decidí a hacerlo en la sección “antitaurina”. Y no es que dude de que Hemingway, a pesar de sus escasos y estrambóticos conocimientos taurinos (adquiridos en apenas seis meses de residencia en España) pueda ser calificado de taurómaco, sino que estimo que su “Muerte en la tarde” ha debido de servir para que muchos extranjeros no iniciados (a los que va dedicado el libro, que es un “manual” para iniciarse) no se les ocurra presenciar jamás una corrida de toros. Y es que Hemingway con su pluma, al igual que Goya con su pincel, no hace sino reflejar lo que sus ojos vieron. Hemingway, además de describir lo que vió, describe lo que le contaron: su credulidad ilimitada hace que en ocasiones confunda la realidad con la ficción.

Hemingway (siempre que los taurinos lo citan para justificarse, tenemos la firme impresión de que nunca lo han leído) viene a España por primera vez en la primavera de 1923 para ver una corrida de toros (del total de 16 a las que asiste en toda su vida). De aquel espectáculo redacta una crónica que será publicada ese mismo año en el semanario Toronto Star.
En dicha crónica, inédita para los lectores en castellano hasta su traducción, junto con otras, en 1996 por Temascinco ("La guerra, los toros, Cuba y mi mujer, los reportajes inéditos en España") Hemingway adelanta uno de sus juicios sobre la “fiesta” que seguirá manteniendo el resto de su vida, incluso con más dureza si cabe: "Tampoco voy a hacer una apología de la fiesta de los toros. Es una supervivencia de la época del Circo romano, pero es necesario explicar una cuestión: la tauromaquia no es un deporte -nunca lo fue- sino una tragedia: la gran tragedia de la muerte del toro que se representa en tres actos".

Pero volvamos a su "Muerte en la tarde":

El primer lugar, él aceptaba que las corridas de toros son un espectáculo inmoral (y quizás por ello le gustaban, como el boxeo, la caza, la guerra o el alcohol). He aquí algunos párrafos que lo corroboran:

“Supongo que desde un punto de vista moral moderno, es decir, cristiano, la corrida es completamente indefendible; hay siempre en ella crueldad, peligro, buscado o azaroso, y muerte” (página 7)

“... no estaría mal tener un libro en inglés sobre las corridas de toros; un libro serio sobre un asunto tan poco moral puede siempre tener interés.” (pág. 9)

No se recata en exponer toda la violencia de la lidia con su lenguaje narrativo directo:

“Yo he visto todo eso: la gente corriendo, el caballo destripándose y los elementos de su dignidad pereciendo uno tras otro, a medida que el animal se destripaba, arrastrando por el suelo sus porciones más íntimas en una parodia de tragedia”  (pág. 12)

“Los dos gitanos estaban en el matadero entonces, y el muchacho pidió permiso, puesto que el toro había matado a su hermano, para matarlo él mismo. Se le concedió, y empezó por arrancarle los ojos cuando el toro estaba en la jaula. Luego le escupió cuidadosamente en las órbitas; lo mató después, metiéndole un puñal en la espina dorsal, entre las vértebras del cuello” (pág. 27) [Esto lo cuenta como cierto...]

“... cuando uno de los caballos fue herido, salió de su vientre una lluvia de serrín... el serrín fue metido en el cuerpo del caballo... para llenar el vacío creado por la pérdida de ciertos órganos” (pág. 90) [También esto lo cuenta como cierto]

Despreciaba a la “fiesta” y a sus protagonistas:

“De todos los asuntos de dinero que conozco, no he visto nada más sucio que las corridas de toros” (pág. 80)

“Pero en general, no hay hombre más mezquino con sus inferiores que el torero” (pág. 80)

“Los toreros pueden tener miedo del toro... y si sienten ese temos, mandan a los picadores y a los banderilleros que lo revienten” (pág. 147)

Tampoco parecía tener mucho aprecio por lo español:

“... los mutilados de profesión, los profesionales del horror y la limosna que siguen las ferias de españa, una tras otra, bordean la carretera, agitando sus muñones, exponiendo sus lacras, exhibiendo sus monstruosidades y pidiendo limosna con su gorra entre los dientes cuando no les queda otra cosa para sujetarla; de manera que recorreis ese camino polvoriento, como si fuera un torneo, entre dos filas de monstruos hasta la plaza” (pág. 41)

“Si hay un rasgo común al publo español es el orgullo... Como tienen orgullo, a los españoles no les importa matar; se sienten dignos de otorgar ese don” (pág. 244)

Era consciente de su “cara oculta”:

“Si vais con alguien que esté realmente bien informado de las corridas y si quereis entenderlas y aprender, siempre que los detalles no os repugnen, los mejores asientos son, en primer lugar la barrera...”  (pág. 25)

 Y no ocultaba su propia inmoralidad:

“Matar con limpieza y de manera que proporcione placer estético y orgullo ha sido siempre una de las grandes satisfacciones de toda una porción de la raza humana. Pero a causa de que la otra parte, la que no gusta de matar, ha sido siempre la más coordinada y ha dado la mayoría de los buenos escritores que han existido, tenemos muy pocos testimonios escritos de la verdadera alegría de matar” (pág. 215)

Por todo ello, y por otro mucho que puede leerse en “Muerte en la tarde”, yo recomendaría a todos los antitaurinos que tuvieran ese libro a mano, para ofrecer su lectura a quienes se sientan inclinados a defender la “Fiesta Nazional”.

[1] Muerte en la tarde, Ernest Hemingway, Círculo de Lectores s.a. Edición 1969.

Esta obra está bajo una licencia Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 de Creative Commons. Para ver una copia de esta licencia, visite http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/3.0/

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