LOS ARQUETIPOS DE LA FIESTA NAZIONAL
Luis Gilpérez Fraile
Hemos
sumado otro título "antitaurino" a nuestra
colección: se trata de "Los cuernos" (Sedmay ediciones,
Madrid 1975). Curiosamente su autor es César del Arco,
seudónimo de Manuel Benítez Salvatierra, el que
fuera famoso crítico taurino, prologado por
Mariví Romero, también conocida
crítica taurina.
El libro describe los arquetipos de los distintos profesionales que intervienen en la Fiesta Nazional. Lamentable y prudentemente, en vez de utilizar nombres auténticos recurre a apodos ficticios, aunque con tantos pelos y señales que es fácil reconocer a los personajes reales que retrata. Pero sobre todo, lo que es absolutamente reconocible, cierto y auténtico, son los fraudes, sinvergonzonadas y marrullerías que describe, con más valor si cabe por venir la denuncia de quien viene: de un taurino confeso que goza de prestigio en tan oscuro mundo. Si lo que él denuncia lo denunciásemos nosotros, se nos acusaría, como poco, de exagerados cuentistas y fantásticos charlatanes, amén de indocumentados e ignorantes.
He aquí algunas "perlas" que hemos entresacado del texto del indicado libro:
El arquetipo de crítico taurino: "Va a lo suyo y a llevarse lo del otro, si es posible... lee pocos periódicos y revistas y ningún libro, porque dice, y con razón, que para engañar toreros y hacerles cortes de manga al público, no hace falta literatura, sino cara... divide a los taurinos en dos bandos: los que pagan y los que no pagan. A los que pagan, los ensalza, los aplaude; a los que no pagan, los apalea... Organizó festivales para cierta entidad religiosa que atendía niños minusválidos. Se quedó con casi todo el dinero..."
El arquetipo de apoderado: Los toros estaban arreglados porque el ganadero no puso la más mínima pega a las exigencias del apoderado. Y además, éste se ocupó de drogar convenientemente a los seis bichos, que llegaron a la muleta casi dormidos, aparte de que el picador les dió lo suyo haciéndoles la carioca y tapándoles la salida. Los toros quedaron bien porque derribaron siempre, en razón a que los caballos, también arreglados, habían recibido el consabido pinchazo en los pulmones."
El arquetipo de ganadero: "Primero elegir sementales y vacas que no tuvieran muchos cuernos; luego estudiar un sistema de alimentación que no proporcionara a los toros excesivas fuerzas... el embarque de las corridas a las tres de la madrugada, después de dar de comer y beber a los toros. Así daban veinte o veinticinco kilos de más en la báscula... otro truco fue purgar a los toros en la mañana del día de su lidia para mermar aún más sus fuerzas... y lo del tablón -dejar caer una puerta de corredera sobre los riñones del animal- el saco y las inyecciones de droga."
El arquetipo de empresario: "triunfaba porque se había prestado a todo, siempre con su cuenta y razón. En su plaza se habían afeitado los toros en la mañana de la corrida, al despuntar el alba; se había usado el portalón, dejándolo caer en los riñones de los animales; se había inyectado morfina; se habían pinchado los pulmones de los caballos de los picadores para restarles fuerzas y lograr que los débiles toros, cargados de carnes fofas, derribaran en vez de caerse; se habían cambiado cuernos de toros lidiados, e incluso cabezas de reses que habían sido muertas como toros, cuando aún eran novillos. Y en esa maraña ilegal habían participado todos aquellos que estaban implicados en la suciedad de la fiesta nacional."
El arquetipo de torero: "Es un bandolero de la segunda mitad del siglo XX; como tantos, consiguió fortuna y con ella, consideración social, y, lo que es peor, olor de multitudes... designaba las ganaderías, con la condición de que habían de someterse a sus leyes. Mandaba afeitar a los toros, los ponía a régimen de comidas, los trucaba en el peso y montaba el espectáculo de acuerdo con su conveniencia. Llegó la cosa hasta cambiar la quijada de los toros en el desolladero, poniendo otras correspondientes a reses de cinco años... se había sacrificado desde marzo a octubre y tenía ganas de juerga, sin olvidar la droga... Tampoco le era suficiente la sodomía que a veces practicaba con rubios efebos... Aquello fue una orgía de sangre. Las gallinas fueron víctimas de una obligada y mortal prostitución."
El arquetipo de corrida: "Le habían afeitado los cuernos por la mañana en el cajón de curas, le habían soltado sobre los riñones el portalón no sin antes plantarle en el anca una inyección de diez centímetros cúbicos de morfina, mezclada con otro tanto de cañamón indiano... Un triste jamelgo salió al redondel y se dirigió al toro... Los pulmones del animal habían sido perforados por la mañana con una larga y fina aguja de hacer punto. Y el pobre tenía una fiebre tan alta, que reducía sus ya menguadas fuerzas. Era la historia de siempre. Le abarrenó a placer. La sangre fluía a borbotones del boquete abierto en el lomo... le estaba haciendo la carioca, o lo que es lo mismo, abriéndole un tremendo boquete".
Y recordemos: todo esto lo ha dicho un crítico taurino: "No tengo que decir que cada hecho relatado, cada anécdota, cada circunstancia, las he tomado del muestrario de la vida. No hay, pues, imaginación ni fantasía sino -desgraciadamente- realidad viva, palpable." (Párrafo del propio libro).
Pero dado que todo esto ya lo sabíamos, quizás lo más curioso de todo el libro sea su epílogo: el autor razona, que buena parte de todo esto la tienen las sociedades protectoras de animales extranjeras, que dicen que los taurinos son bárbaros y primitivos en vez de preocuparse de las guerras y el hambre en la infancia...
En la biblioteca de ASANDA hay un ejemplar a disposición de quienes quieran consultarlo.
El libro describe los arquetipos de los distintos profesionales que intervienen en la Fiesta Nazional. Lamentable y prudentemente, en vez de utilizar nombres auténticos recurre a apodos ficticios, aunque con tantos pelos y señales que es fácil reconocer a los personajes reales que retrata. Pero sobre todo, lo que es absolutamente reconocible, cierto y auténtico, son los fraudes, sinvergonzonadas y marrullerías que describe, con más valor si cabe por venir la denuncia de quien viene: de un taurino confeso que goza de prestigio en tan oscuro mundo. Si lo que él denuncia lo denunciásemos nosotros, se nos acusaría, como poco, de exagerados cuentistas y fantásticos charlatanes, amén de indocumentados e ignorantes.
He aquí algunas "perlas" que hemos entresacado del texto del indicado libro:
El arquetipo de crítico taurino: "Va a lo suyo y a llevarse lo del otro, si es posible... lee pocos periódicos y revistas y ningún libro, porque dice, y con razón, que para engañar toreros y hacerles cortes de manga al público, no hace falta literatura, sino cara... divide a los taurinos en dos bandos: los que pagan y los que no pagan. A los que pagan, los ensalza, los aplaude; a los que no pagan, los apalea... Organizó festivales para cierta entidad religiosa que atendía niños minusválidos. Se quedó con casi todo el dinero..."
El arquetipo de apoderado: Los toros estaban arreglados porque el ganadero no puso la más mínima pega a las exigencias del apoderado. Y además, éste se ocupó de drogar convenientemente a los seis bichos, que llegaron a la muleta casi dormidos, aparte de que el picador les dió lo suyo haciéndoles la carioca y tapándoles la salida. Los toros quedaron bien porque derribaron siempre, en razón a que los caballos, también arreglados, habían recibido el consabido pinchazo en los pulmones."
El arquetipo de ganadero: "Primero elegir sementales y vacas que no tuvieran muchos cuernos; luego estudiar un sistema de alimentación que no proporcionara a los toros excesivas fuerzas... el embarque de las corridas a las tres de la madrugada, después de dar de comer y beber a los toros. Así daban veinte o veinticinco kilos de más en la báscula... otro truco fue purgar a los toros en la mañana del día de su lidia para mermar aún más sus fuerzas... y lo del tablón -dejar caer una puerta de corredera sobre los riñones del animal- el saco y las inyecciones de droga."
El arquetipo de empresario: "triunfaba porque se había prestado a todo, siempre con su cuenta y razón. En su plaza se habían afeitado los toros en la mañana de la corrida, al despuntar el alba; se había usado el portalón, dejándolo caer en los riñones de los animales; se había inyectado morfina; se habían pinchado los pulmones de los caballos de los picadores para restarles fuerzas y lograr que los débiles toros, cargados de carnes fofas, derribaran en vez de caerse; se habían cambiado cuernos de toros lidiados, e incluso cabezas de reses que habían sido muertas como toros, cuando aún eran novillos. Y en esa maraña ilegal habían participado todos aquellos que estaban implicados en la suciedad de la fiesta nacional."
El arquetipo de torero: "Es un bandolero de la segunda mitad del siglo XX; como tantos, consiguió fortuna y con ella, consideración social, y, lo que es peor, olor de multitudes... designaba las ganaderías, con la condición de que habían de someterse a sus leyes. Mandaba afeitar a los toros, los ponía a régimen de comidas, los trucaba en el peso y montaba el espectáculo de acuerdo con su conveniencia. Llegó la cosa hasta cambiar la quijada de los toros en el desolladero, poniendo otras correspondientes a reses de cinco años... se había sacrificado desde marzo a octubre y tenía ganas de juerga, sin olvidar la droga... Tampoco le era suficiente la sodomía que a veces practicaba con rubios efebos... Aquello fue una orgía de sangre. Las gallinas fueron víctimas de una obligada y mortal prostitución."
El arquetipo de corrida: "Le habían afeitado los cuernos por la mañana en el cajón de curas, le habían soltado sobre los riñones el portalón no sin antes plantarle en el anca una inyección de diez centímetros cúbicos de morfina, mezclada con otro tanto de cañamón indiano... Un triste jamelgo salió al redondel y se dirigió al toro... Los pulmones del animal habían sido perforados por la mañana con una larga y fina aguja de hacer punto. Y el pobre tenía una fiebre tan alta, que reducía sus ya menguadas fuerzas. Era la historia de siempre. Le abarrenó a placer. La sangre fluía a borbotones del boquete abierto en el lomo... le estaba haciendo la carioca, o lo que es lo mismo, abriéndole un tremendo boquete".
Y recordemos: todo esto lo ha dicho un crítico taurino: "No tengo que decir que cada hecho relatado, cada anécdota, cada circunstancia, las he tomado del muestrario de la vida. No hay, pues, imaginación ni fantasía sino -desgraciadamente- realidad viva, palpable." (Párrafo del propio libro).
Pero dado que todo esto ya lo sabíamos, quizás lo más curioso de todo el libro sea su epílogo: el autor razona, que buena parte de todo esto la tienen las sociedades protectoras de animales extranjeras, que dicen que los taurinos son bárbaros y primitivos en vez de preocuparse de las guerras y el hambre en la infancia...
En la biblioteca de ASANDA hay un ejemplar a disposición de quienes quieran consultarlo.
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