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Algunas falsas verdades que se dicen sobre san Fermín. Opinión.

archivado en:
San Fermín
Julio 11th, 2009
Algunas falsas verdades que se dicen sobre san Fermin

Ya dijo Goebbels que una mentira muchas veces repetida acaba por convertirse en una verdad. A tenor de lo que ha sucedido en Pamplona, me gustaría dejar claro desmontar determinados argumentos que se tienen por ciertos para que la gente entienda por qué considero que los encierros de san Fermín son una práctica cruel, peligrosa e incivilizada.


El toro es bravo por naturaleza: El toro es el macho de la vaca y cualquiera que conozca el significado del adjetivo “bovino” sabe que significa tanto “ relativo a los bóvidos” como “ manso”. Y cualquiera que haya vivido en un pueblo con vascas y toros ( como era el mío) sabe que los bueyes y los toros, como las serpientes y como muchas mujeres, no se atacan a no ser que se les provoque. De ahí que para enfurecer al toro en las corridas haya que arponearlo, banderillearlo y azuzarlo, pues, librado a su libre albedrío ( apreciese la aliteración) no atacaría. El toro de lidia no es una especie diferente a la del manso toro que pasta en el caserio, de la misma forma que el yorkshere es un perro tanto como lo es un caniche. La gente acepta la idea de que el toro es bravo por naturaleza de la misma forma en que cree que el rojo lo excita, por más que hace casi doscientos años que desde la biología se ha probado de forma irrebatible que el toro, amén de ser vegetariano, no distingue los colores.
La fiesta es un arte, y los encierros también. “ Arte es lo que cada cual decide considerar como arte” dijo Duschamp, considerado, él sí, uno de los grandes artistas del siglo XX. La concepción de lo que es arte es tan subjetiva como para que durante siglos al arte africano se la haya llamado “artesanía” y no arte, pero todos estamos de acuerdo en que hay límites que, una vez sobrepasados, convierten una manifestación artístíca en delito o apología de la violencia. Determinadas obras no se exhiben en salas en virtud de su obscenidad o de su contenido ultra violento, y todos estaríamos de acuerdo en que no llamaríamos nunca arte a una snuff movie aunque la hubiera rodado Bertolucci en su momento de mayor inspiración. Permítanme pues que yo no considere arte a ninguna manifestación que incluya el sufrimiento de un inocente, por muy estética o plásticamente impactante que ésta sea.
El encierro atrae turismo, y el turismo hace dinero. No nos engañemos. Los que hemos ido varias veces a San fermin sabemos que lo que atrae a los turistas es la idea de pasarse siete días borrachos de juerga continua, como también sabemos que la mayoría de los pamplonicas de toda la vida estarían más que encantados de que acudieran menos turistas a la ciudad. De hecho, gran parte de mis amigos iruñeses abandonan la ciudad durante la semana de San Fermín, desesperados ante el ruido y la suciedad.
Hay que respetar la tradición. No lo creo. De ser así, justificaríamos la cliteridectomía o los matrimonios concertados entre niñas de diez años y señores de sesenta, consideradas tradiciones ancestrales en muchos países. Precisamente el argumento de la tradición es el que usan los apologistas de estas prácticas para defender su vigencia. Por otra parte, las tradiciones cambian para mantenerse. Un ejemplo, en las bodas ya no se recita aquella fórmula de “ si alguien sabe de alguna razón para que este matrimonio no se celebre, que hable ahora o que calle para siempre”. Otro ejemplo: Lekeitio fue un pueblo famoso durante años por una tradición popular en la que los mozos probaban su hombría escalando una cucaña encerada y dispuesta sobre el marmen cuya cúspide estaba atado un ganso, pegándose un morroctudo y doloroso golope si se caían, o descabezando al ganso si lo capturaban. A día de hoy la tradición continúa, pero los gansos son de peluche, para ahorrarles a las aves el sufrimiento y a los locales y turistas el cruento espectáculo de su muerte. De la misma manera, si en el encierro de San Fermín en lugar de soltar toros vivos a los mozos los persiguieran otros mozos encerrados en un disfraz de toro ( a la manera de los gigantes y cabezudos que persiguen a los niños en las fiestas de mi pueblo, por ejemplo) la tradición persistiría pero dejaría de ser cruel y peligrosa. Lo dijo Lampedusa y es uno de mis lemas vitales. A veces hace falta “ que todo cambie para que todo siga igual”

http://www.lucia-etxebarria.com/diario/?p=956


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