Animales de experimentación.
Al parecer, desde que la humanidad se percató de la supuesta sentencia bíblica que la autoriza para hacer lo que le venga en gana con todo bicho que se arrastre, camine en dos o en cuatro patas, nade o vuele, así como con las plantas, pues literalmente así lo ha venido haciendo desde hace muchos siglos hasta llegar a la iniquidad y la devastación que hoy ostenta el planeta. No contenta con esto, la tecnociencia -que se ha hecho religión y a la cual adoramos a ciegas-, decidió desde sus albores que antes de suministrar un fármaco al ser humano, o de poner en marcha cualquier invento salido de la inteligencia del hombre y de la mujer, deberá ser probado en los animales, como si ellos no fuesen también seres vivos y no compartieran con nosotros la denostada biosfera.
Nos olvidamos (o nos hacemos los tontos) que la biodiversidad sólo es sostenible desde el respeto por la vida del otro, y allí también entran los mal llamados "irracionales". Si a ver vamos, y sacando las cuentas después de leer tantos titulares de prensa y tantas páginas rojas, cada vez me convenzo que la irracionalidad está más de nuestro lado, ya que dañamos, violamos, destruimos, depredamos, vejamos y aniquilamos a pesar de nuestra celebérrima inteligencia, y de todo este gran aparato civilizatorio.
Creo que ha llegado el momento de repensar el desarrollo desde las nefastas consecuencias planetarias que hoy sufrimos. Y en este repensar que planteo con la mirada puesta en las estupendas mascotas que nos acompañan en casa, nos corresponde legislar para que de una vez por todas se respete la vida animal. Considero que la denominada bioética, nacida al abrigo de la desesperanza frente al caos que vive nuestro planeta, deberá ocupar el lugar que le corresponde en los planes de estudio de las escuelas, liceos y universidades, en un intento (tal vez tímido, transijo) de recoger los pasos perdidos en materia ecológica, y de recomponer los jirones de dignidad que como personas hemos dejado a la vera de la historia.
Empero, el papel de mayor importancia en esta materia lo deberá tener la tecnociencia, cuyo impacto (desmedido y avaro: ¿qué dudas caben?) ha deteriorado el necesario equilibrio que nos asegure la vida en el planeta para los años venideros. Ha llegado el momento de revisar sin tabúes la manera cómo entendemos la ciencia y la tecnología, y nuestras aberrantes prácticas contaminantes, para tomar las acciones que nos lleven a un cambio en nuestras vidas y en nuestros anhelos de autorrealización, sustentados en una explotación inmisericorde de los recursos que nos ofrece la Tierra.
Hasta tanto no comprendamos que el verdadero desarrollo -como lo expresa el escritor Edgar Morin en su obra filosófica-, es el desarrollo de lo humano, y que ello implica un profundo respeto por los constituyentes de la biosfera y la complejidad del existir, no avanzaremos en la reconquista de la esperanza por un mundo más justo, más equilibrado y armonioso. Ergo, por un mundo mejor.
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