Bienestar animal, por Ramón TAMAMES
En tiempos ya muy lejanos, Francisco de Asís, luego elevado a los
altares, preconizó el amor a los animales y a la
naturaleza –«hermano lobo,
hermana luna…»–, considerando a los demás seres de la
creación como merecedores de afecto; y, por eso mismo, es actualmente
patrono de los ecologistas, que ven el mundo con ojos verdes
clarividentes.
En cualquier caso, la búsqueda de la máxima productividad en los
animales que vamos a consumir en pura carne fresca o en productos más o
menos elaborados no debe conducir al síndrome de «gallinas enjauladas»
de por vida. Y por ello mismo, la UE reconoce que los animales tienen
derecho a ser tratados adecuadamente.
Así se estableció en el artículo 13 del Tratado de Lisboa, donde
textualmente se dice que «al formular e instrumentar las políticas sobre
agricultura, pesquerías, transporte, mercado interno, investigación y
desarrollo tecnológico espacial, la Unión y los estados miembros, desde
el punto y hora en que los animales son seres sensibles, prestarán toda
su atención a las exigencias de su bienestar…». Para acto seguido
proclamar «el respeto a las legislaciones o disposiciones
administrativas o costumbres de los estados miembros, en relación con
ritos religiosos, tradicionales culturales, y herencias regionales». Lo
cual genera algunas excepciones, como la española de la fiesta de los
toros.
En definitiva, es la admiración por el conjunto de la creación, en sus
más diversas especies, lo que conduce a una política, muy controvertida y
poco seguida en otras áreas del mundo, que atiende un indispensable
requerimiento ético del que todos deberíamos participar.