Bióloga brasileña denuncia el tráfico de animales destinados a fármacos.
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rpp.com noticias, 1 noviembre 2008.
La mayoría de los animales y plantas sacados ilegalmente de Brasil acaban en manos de la industria farmacéutica, que elabora productos con las toxinas que generan, según Úrsula Castro de Oliveira, bióloga del Instituto de Ciencias Biomédicas de Sao Paulo.
Castro de Oliveira lleva ocho años estudiando el tráfico ilegal y, según explicó a Efe, detrás de este negocio se esconden empresas de medicamentos, investigadores "sin escrúpulos" y hasta "algunas congregaciones religiosas".
Arañas, ranas, sapos y serpientes son escondidos en falsos equipajes o pegados en los cuerpos de los traficantes, según la bióloga.
El veneno de algunas serpientes se destina a tratar la hipertensión y ranas como la coloreada de la Amazonia tienen propiedades anestésicas patentadas por una multinacional.
Empresas de Estados Unidos y de Japón poseen derechos sobre ciertas sustancias que segregan los sapos y que han sido utilizadas durante siglos por comunidades indígenas.
EEUU también se ha llevado la patente de plantas como el "rupununine", un derivado de la nuez de un árbol que crece en Brasil y que se ha usado tradicionalmente por pueblos campesinos como medicación natural para dolencias cardíacas y neurológicas.
Castro de Oliveira también destacó el caso de la "Theobroma grandiflorum", de nombre común "cupuassu", una especie de cacao blanco que se utiliza para hacer chocolate en el norte de Brasil y cuyos derechos posee una empresa japonesa.
En Brasil se mueve entre un 5 y un 15 por ciento de ese negocio ilícito que genera en el mundo entre 10.000 y 20.000 millones de dólares al año, según datos del Gobierno brasileño correspondientes a 2006.
Este contrabando comenzó en la época de la colonización, se agravó en los años 60 y en la actualidad se ha convertido en un "auténtico abuso", según la científica brasileña.
El tráfico de animales es un delito que en Brasil está castigado con penas de hasta un año de prisión, pero Ursula considera que "falla la fiscalización".
La bióloga trabaja en la ONG Iandé, dedicada a denunciar esta situación con la ayuda de otras organizaciones y universidades, pero se trata de algo "muy difícil" de localizar, porque sólo se puede investigar en el momento en que empresas extranjeras lanzan un nuevo medicamento elaborado con sustancias que provienen de animales brasileños. EFE
La mayoría de los animales y plantas sacados ilegalmente de Brasil acaban en manos de la industria farmacéutica, que elabora productos con las toxinas que generan, según Úrsula Castro de Oliveira, bióloga del Instituto de Ciencias Biomédicas de Sao Paulo.
Castro de Oliveira lleva ocho años estudiando el tráfico ilegal y, según explicó a Efe, detrás de este negocio se esconden empresas de medicamentos, investigadores "sin escrúpulos" y hasta "algunas congregaciones religiosas".
Arañas, ranas, sapos y serpientes son escondidos en falsos equipajes o pegados en los cuerpos de los traficantes, según la bióloga.
El veneno de algunas serpientes se destina a tratar la hipertensión y ranas como la coloreada de la Amazonia tienen propiedades anestésicas patentadas por una multinacional.
Empresas de Estados Unidos y de Japón poseen derechos sobre ciertas sustancias que segregan los sapos y que han sido utilizadas durante siglos por comunidades indígenas.
EEUU también se ha llevado la patente de plantas como el "rupununine", un derivado de la nuez de un árbol que crece en Brasil y que se ha usado tradicionalmente por pueblos campesinos como medicación natural para dolencias cardíacas y neurológicas.
Castro de Oliveira también destacó el caso de la "Theobroma grandiflorum", de nombre común "cupuassu", una especie de cacao blanco que se utiliza para hacer chocolate en el norte de Brasil y cuyos derechos posee una empresa japonesa.
En Brasil se mueve entre un 5 y un 15 por ciento de ese negocio ilícito que genera en el mundo entre 10.000 y 20.000 millones de dólares al año, según datos del Gobierno brasileño correspondientes a 2006.
Este contrabando comenzó en la época de la colonización, se agravó en los años 60 y en la actualidad se ha convertido en un "auténtico abuso", según la científica brasileña.
El tráfico de animales es un delito que en Brasil está castigado con penas de hasta un año de prisión, pero Ursula considera que "falla la fiscalización".
La bióloga trabaja en la ONG Iandé, dedicada a denunciar esta situación con la ayuda de otras organizaciones y universidades, pero se trata de algo "muy difícil" de localizar, porque sólo se puede investigar en el momento en que empresas extranjeras lanzan un nuevo medicamento elaborado con sustancias que provienen de animales brasileños. EFE