"Caca". Opinión. Ruth Toledano.
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RUTH TOLEDANO 12/12/2008
Caca.
Ah, qué tontería y aburrimiento hablar de caca pudiendo hacerlo de tantas otras cosas más divertidas, interesantes y necesarias. Y no digamos de las innecesarias. Pero hay un tipo de personas a quienes su fobia a los perros parece perseguirles por las calles en forma de una profusión de cacas caninas que los demás no vemos. (Qué suerte formar parte de quienes tienen fobias más altas). Según el grado de afección de esa fobia, la persecución puede alcanzar dimensiones asesinas: hay gente que vive obsesionada por toparse con una de esas cacas que creen invaden la ciudad. Suele tratarse, por cierto, de la misma gente que jamás se ha pronunciado contra el maltrato a los animales. Donde haya buena caca en la que fijarse que se quiten la crueldad y el sufrimiento ajeno.
Luego hay otro tipo de personas que, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, sacan tajada hasta de donde ya no hay hueso que roer. Por lo que parece, una de ellas es Ana Botella, delegada de Medio Ambiente del Ayuntamiento de Madrid, quien, muy en su papel, hoy dice que "el planeta está al servicio del ser humano porque el ser humano es el centro", así como ayer lanzó una nueva ordenanza de Limpieza y Gestión de los Residuos según la cual no recoger la caca del perro puede suponer una multa de entre 90 y 1.500 euros. Mi visión del mundo es muy distinta a la de esta señora antropecentrista, pues no sólo descreo de la existencia de un mundo dividido en centro y, consecuentemente, en periferia, sino que considero que el ser humano es un aspecto más de un universo del que todo forma parte, incluida la caca. Así que, en fin, como la cosa va de caca, adelante, hablemos de caca. Yendo por delante que soy una persona casi normal y que el hecho de no recoger la caca del perro me parece muy mal (por dos razones: una, que es una guarrada; y otra, que sirve de excusa a los que detestan a los perros). Veamos, pues, las montañas de caca que nos rodean.
Para empezar, en el municipio de Madrid puede resultar más caro no recoger la caca de un perro que maltratarlo o abandonarlo. Los procesos que se ven obligados a seguir los protectores de los perros maltratados y abandonados para que los culpables sean castigados son interminables, caros y dificultosos, para finalmente, en la mayoría de los casos, lograr una multa o una condena casi simbólica. Y eso sí que "perjudica la imagen de la ciudad", como dice esta señora del centro. Del mundo. Eso sí que es caca. De la moral. Caca es el estado en que se encuentran las perreras municipales, los medios de que disponen, los métodos que utilizan, el destino de los pobres animales que van a caer en sus redes.
Caca es la dejadez, el ninguneo, la falta de apoyo, el desprecio con el que conviven las asociaciones protectoras, los albergues en donde tienen la suerte de dar con sus huesos los miles de perros y gatos apaleados, quemados, atropellados, despellejados. Suerte de no sacrificados y de que los voluntarios ignorados por las instituciones, también abandonados, dediquen su tiempo, su dinero y su ánimo a fomentar y conseguir una adopción. Caca es no poder llevar suelta a mi perrita (de nombre Poca; de raza chihuahua; 1.200 gramos de peso) por el Retiro, a riesgo de ser perseguida, amenazada y multada por motoristas uniformados que rompen nuestra armonía. Caca es que las mejores personas, las que derrochan bondad, las que defienden a quienes no pueden hacerlo, las que cuidan de los más débiles, sean tratados por ello como delincuentes. Sí, hay que retirar la caca del perro de la vía pública, pero también (antes incluso, ¿no?) hay que retirar palabras que ensucian mucho, como que sea necesario el ensañamiento para que la ley considere maltratado a un animal.
Para seguir, dice esta señora de centro que las cacas de los perros "suponen un riesgo enorme para la salud de las personas". Un riesgo mucho mayor, según alguien que sabe tanto del planeta y del ser humano, que aquellos niveles de dióxido de carbono que superan en mucho los niveles permitidos por la UE pero que ella denomina "polvo africano". Caca es que la sanidad se privatice (ya, ya sé que no es cosa de ustedes, que es cosa de la señora de los calcetines, que ustedes nunca lo harían -qué raro que sean de la misma cuerda-) y la gente esté en los pasillos de los hospitales públicos. Caca es que se eliminen los árboles, bancos y zonas de recreo de las plazas para hacer de ellas unas pistas de cemento donde ni siquiera se puede pasear plácidamente con un perro. Caca que el Ayuntamiento no proteja a los gatos del Retiro y del Botánico. Apesta, desde luego, pero a caca insensible y recaudatoria.
Caca.
Ah, qué tontería y aburrimiento hablar de caca pudiendo hacerlo de tantas otras cosas más divertidas, interesantes y necesarias. Y no digamos de las innecesarias. Pero hay un tipo de personas a quienes su fobia a los perros parece perseguirles por las calles en forma de una profusión de cacas caninas que los demás no vemos. (Qué suerte formar parte de quienes tienen fobias más altas). Según el grado de afección de esa fobia, la persecución puede alcanzar dimensiones asesinas: hay gente que vive obsesionada por toparse con una de esas cacas que creen invaden la ciudad. Suele tratarse, por cierto, de la misma gente que jamás se ha pronunciado contra el maltrato a los animales. Donde haya buena caca en la que fijarse que se quiten la crueldad y el sufrimiento ajeno.
Luego hay otro tipo de personas que, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, sacan tajada hasta de donde ya no hay hueso que roer. Por lo que parece, una de ellas es Ana Botella, delegada de Medio Ambiente del Ayuntamiento de Madrid, quien, muy en su papel, hoy dice que "el planeta está al servicio del ser humano porque el ser humano es el centro", así como ayer lanzó una nueva ordenanza de Limpieza y Gestión de los Residuos según la cual no recoger la caca del perro puede suponer una multa de entre 90 y 1.500 euros. Mi visión del mundo es muy distinta a la de esta señora antropecentrista, pues no sólo descreo de la existencia de un mundo dividido en centro y, consecuentemente, en periferia, sino que considero que el ser humano es un aspecto más de un universo del que todo forma parte, incluida la caca. Así que, en fin, como la cosa va de caca, adelante, hablemos de caca. Yendo por delante que soy una persona casi normal y que el hecho de no recoger la caca del perro me parece muy mal (por dos razones: una, que es una guarrada; y otra, que sirve de excusa a los que detestan a los perros). Veamos, pues, las montañas de caca que nos rodean.
Para empezar, en el municipio de Madrid puede resultar más caro no recoger la caca de un perro que maltratarlo o abandonarlo. Los procesos que se ven obligados a seguir los protectores de los perros maltratados y abandonados para que los culpables sean castigados son interminables, caros y dificultosos, para finalmente, en la mayoría de los casos, lograr una multa o una condena casi simbólica. Y eso sí que "perjudica la imagen de la ciudad", como dice esta señora del centro. Del mundo. Eso sí que es caca. De la moral. Caca es el estado en que se encuentran las perreras municipales, los medios de que disponen, los métodos que utilizan, el destino de los pobres animales que van a caer en sus redes.
Caca es la dejadez, el ninguneo, la falta de apoyo, el desprecio con el que conviven las asociaciones protectoras, los albergues en donde tienen la suerte de dar con sus huesos los miles de perros y gatos apaleados, quemados, atropellados, despellejados. Suerte de no sacrificados y de que los voluntarios ignorados por las instituciones, también abandonados, dediquen su tiempo, su dinero y su ánimo a fomentar y conseguir una adopción. Caca es no poder llevar suelta a mi perrita (de nombre Poca; de raza chihuahua; 1.200 gramos de peso) por el Retiro, a riesgo de ser perseguida, amenazada y multada por motoristas uniformados que rompen nuestra armonía. Caca es que las mejores personas, las que derrochan bondad, las que defienden a quienes no pueden hacerlo, las que cuidan de los más débiles, sean tratados por ello como delincuentes. Sí, hay que retirar la caca del perro de la vía pública, pero también (antes incluso, ¿no?) hay que retirar palabras que ensucian mucho, como que sea necesario el ensañamiento para que la ley considere maltratado a un animal.
Para seguir, dice esta señora de centro que las cacas de los perros "suponen un riesgo enorme para la salud de las personas". Un riesgo mucho mayor, según alguien que sabe tanto del planeta y del ser humano, que aquellos niveles de dióxido de carbono que superan en mucho los niveles permitidos por la UE pero que ella denomina "polvo africano". Caca es que la sanidad se privatice (ya, ya sé que no es cosa de ustedes, que es cosa de la señora de los calcetines, que ustedes nunca lo harían -qué raro que sean de la misma cuerda-) y la gente esté en los pasillos de los hospitales públicos. Caca es que se eliminen los árboles, bancos y zonas de recreo de las plazas para hacer de ellas unas pistas de cemento donde ni siquiera se puede pasear plácidamente con un perro. Caca que el Ayuntamiento no proteja a los gatos del Retiro y del Botánico. Apesta, desde luego, pero a caca insensible y recaudatoria.