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Cataluña y el respeto a los animales. Ian Gibson.

Ocurrió el otro día en la sala Clara Campoamor del Congreso de los Diputados. Cultura contra el maltrato animal, rezaba la convocatoria del acto organizado por la APDDA (Asociación Parlamentaria de Defensa de los Derechos de los Animales). Entre los participantes se encontraban Cristina Narbona, exministra de Medio Ambiente del PSOE; la periodista y tenaz valedora de los animales Ruth Toledano; la escritora Nativel Preciado, que actuó de moderadora; y el activista Julio Ortega, que a lo largo de los últimos años ha luchado más que nadie contra la vileza que constituye cada año en Tordesillas la fiesta del Toro de la Vega en la que, después de lanceado y hostigado por una inmisericorde grey de energúmenos locales, se remata al desafortunado mamífero utilizando el instrumento afilado más a gusto del verdugo de turno (en el 2010 un destornillador).

 

El periodico.com, 14 enero 2013
DURANTE EL ACTO se proyectó un breve video en que se plasmaba toda la crueldad y la degradación de tan ruin carnicería. Era para sentir vergüenza ajena y propia, y, sobre todo, exasperación con unos políticos capaces de permitir la continuación de una práctica que deshonra a los habitantes de Tordesillas y el buen nombre del Estado español.
Llama la atención el hecho de que no haya protestado contra dicha salvajada ningún matador convencional de toros. Cabe pensar que, de poseer una brizna de ética, serían los primeros en condenar como perversión de la tauromaquia lo que se hace en Tordesillas. Pero no dicen nada. Se lavan las manos.
Lo peor, con todo, es que no se trata de una excepción a la regla. En España se practican, en centenares de lugares, bárbaros festejos con animales, siempre con la coartada de que la sagrada tradición los justifica. Ruth Toledano se encargó de leernos una escalofriante relación de los mismos. Uno creía que se habían suprimido no solo en La Alberca (Salamanca), quizá a raíz del documental de Buñuel sobre Las Hurdes, sino en todo el territorio nacional, las fiestas especializadas en arrancarles el cuello a unos gallos vivos colgados por las patas de un alambre. Pero al parecer no es así. Ante la palabra cálida e indignada de la periodista, al ir señalando uno tras otro los ultrajes que se cometen sobre todo contra burros y becerros, hubo lágrimas en el auditorio.
Si los británicos han logrado por fin abolir el deporte tan aristocrático de perseguir con jaurías de perros a un zorro, debe ser posible que en España se deje de torturar, para desahogo de la muchedumbre, y a veces con dardos y cerbatanas, a criaturas inocentes que no se pueden defender.
Pero consideremos el caso específico de Catalunya, la región del actual Estado español que más se precia de poseer sentido común y mesura. Catalunya ha abolido la corrida de toros, popular e inexactamente designada fiesta nacional, y provocado, con tal iniciativa, la reacción visceral de los aficionados. Los cuales, para llevarle la contraria, se han apresurado, en Madrid y otros puntos, a declararla bien de Interés cultural. Por mí, aplaudo la decisión catalana, y me importa poco o nada si ha tenido un componente «antiespañol». Y la aplaudo no solo por la bestialidad en sí de la lidia sino por el horror que supone ir voluntariamente a contemplar un siempre garantizado derramamiento de sangre animal... y no pocas veces humano.
¿Qué es un arte? Antes eran fiestas de gladiadores las que llenaban de multitudes los circos romanos, fiestas que también, según los entendidos, tenían su aspecto artístico. Luego las sociedades inventaron las ejecuciones públicas en las plazas de las ciudades, que suponían un magnífico entretenimiento para un pueblo que sabía distinguir entre un ajusticiador competente y un chapucero. Hoy todo queda reducido a la «fiesta nacional» española y su irradiación americana (y mínimamente francesa).
PARA SER consecuente, Catalunya tiene la obligación de seguir poniendo en orden su casa, de someter los festejos taurinos propios a un control riguroso y, cuando haga falta, de intervenir. Me refiero sobre todo, claro, a los bous al carrer o correbous. En dichas diversiones no se mata ni se hiere el astado, pero ¿cómo negar el sufrimiento mental, el terror, que le suscita su hostigamiento, sobre todo cuando se le colocan artefactos combustibles en los cuernos? Se ha dicho, y no sorprende, que a veces se muere del estrés. Es intolerable que, por el simple hecho de ser tradición, se mantenga un rito que conlleva tal desconsideración hacia el prójimo, en este caso un animal. Atentos, pues, a lo que diga al respecto el nuevo Parlament.
Escritor.

 

 

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