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Cuando la cultura y el arte tienen forma de vísceras.

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Cuando la cultura y el arte tienen forma de vísceras.

El caballo Patanegra fue cogido por un toro en Las Ventas el pasado sábado, el animal corría por arena pisándose las tripas que le colgaban. Medios taurinos aseguran que el rejoneador continuó su faena consternado y que el público estaba horrorizado. ¿Cómo asumir tales reacciones en quienes pagan por ver tortura y muerte y en quien vive de ellas?.
Un caballo llamado Pata Negra corriendo por la Plaza de Las Ventas, pisándose sus tripas y arrastrándolas por la arena en sus dos huidas desesperadas: por una parte del toro al que logró esquivar demasiado tarde, cuando su vientre ya estaba abierto y el contenido del mismo desparramado; por la otra del dolor, pero ésta resultaba inútil, porque el padecimiento provocado por sus vísceras sanguinolentas cayendo desde su barriga hacia el suelo le acompañaba allí donde fuese, al igual que las cámaras que captaron tan dantescas escenas pero que posiblemente, se cuidarán muy mucho de emitir, no vaya a ser que esta vez las razones aducidas por los defensores de la tauromaquia no sean capaces de justificar tanta depravación humana.

Al parecer ocurrió cuando el rejoneador le iba a poner al toro el "rejón de castigo"... ¿castigo?, transcribo la definición del Diccionario de la R.A.E. para este término: "Pena que se impone a quien ha cometido un delito o falta"; ¿cuál ha sido la acción punible perpetrada por el toro?, ¿nacer en un mundo en el que algunos hombres han decidido utilizarlo como víctima de sus perversiones sádicas?. Y como sabemos tras este tercio viene indefectiblemente el del "rejón de muerte", porque al parecer el astado siempre es encontrado culpable y por lo tanto, se le aplica la sanción máxima de este peculiar y miserable código que dicta el sometimiento del animal al hombre: la tortura y ejecución de la criatura irracional con un macabro colofón: su mutilación ya cadáver o todavía con vida, según la duración de la agonía del animal, para premiar la labor del verdugo y satisfacer la hematofilia de la afición.

En ciertos diarios que nutren sus páginas habitualmente con noticias que en tono solemne y pretencioso tratan de ensalzar esta tradición feroz nos cuentan que el jinete, Pablo Hermoso, lloraba por lo ocurrido pero que intentó sobreponerse continuando con lo que le había llevado a ese ruedo y por lo que cobra: hacerle al toro algo similar a lo que le había acontecido a su montura y que aparentemente provocó su congoja y sus lágrimas. Si esto no es hipocresía es inmoralidad, en cualquier caso su dolor es difícil de "vender" a quien no distingue entre el sufrimiento de un caballo o de un toro.

También nos explican que el público se sintió horrorizado. Pagan una entrada por ver cómo a un animal se le hunde en acero en su cuerpo una y otra vez, por contemplar su muerte lenta y angustiosa, pero les entran los "remilgos" y la piedad cuando el caballo escapa barriendo la arena con su "mondongo" - como lo denomina en un periódico taurino - para afirmar después que el hecho de que se lo pisara al incorporarse "fue un inconveniente añadido". Qué alguien me explique la credibilidad que merece el espanto ante la suerte del infortunado caballo viniendo de unos aficionados que se han reunido para ser testigos del martirio de varios toros.

Esto ocurrió ayer y esta mañana pude escuchar unas declaraciones del Presidente de Ganaderos de Lidia y de la Mesa del Toro, hablando en tono jactancioso de la hermosura de las dehesas gracias a la cría del toro y de los muchos puestos de trabajo que proporciona. Qué prisa se ha dado el Sr. Martín Peñato en barnizar de ecología y de solución al paro lo que sólo tiene un color: el rojo de la sangre y únicamente una interpretació n: la crueldad es rentable porque se la subvencionan.

A Uds. no les importan las dehesas, ni los caballos, tampoco los toros, les preocupa su cuenta corriente, los dineros que reciben en forma de ayudas estatales, autonómicas o municipales por dedicarse a una actividad de por si ruinosa y cómo no, su posición social, porque en este País seguimos haciendo de algunas actividades repugnantes el escenario donde se dan cita los "grandes", los "poderosos", los "famosos" y un buen número de aduladores y de "estómagos agradecidos" .

En este caso, en el de la tauromaquia, los palcos y gradas están al servicio de un "arte" brutal, de una "cultura" violenta y, en ocasiones, con la circunstancia agravante de querer dulcificarlo con el calificativo de "benéfico", como si la tortura de un ser vivo se convirtiese en virtud destinando el dinero que tal degradación genere a un fin humanitario.

La imagen de ese desdichado caballo con sus intestinos colgando y huyendo debería de ser suficiente para poner fin de forma inmediata a estos espectáculos, y no porque se trate de ese animal en concreto o por lo espeluznante de la estampa, que su angustia no es menor ni más turbadora que la de cualquiera de los toros que por miles padecen y mueren en nuestro País, sino también porque el tratamiento que se le ha dado desde los ambientes taurinos, demuestra que estamos dando carta de legalidad a un grupo de personas que además de violentas y sádicas, utilizan la hipocresía como arma frente a la razón.

Julio Ortega Fraile


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