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El abandono de perros, otra forma de maltrato animal. Opinión.

archivado en:
España Liberal. 3 Noviembre 2008.

Una historia más del abandono de un perro y el relato de sus últimas horas junto a una extraña, porque su dueño, un policia, lo arrojó a la calle cuando el animal estaba enfermo terminal.
Quiero comenzar este escrito expresando mi reconocimiento, admiración y agradecimiento a Nuria, del albergue La Guarida de Puente Genil (Córdoba). No es ella la única que lleva a cabo una labor diaria, apenas reconocida, con medios casi inexistentes y que muchas veces acaba en dolor e impotencia ante la tragedia que no se ha podido evitar. Hay muchas “Nurias” en este País trabajando por intentar que perros y gatos que son abandonados o maltratados, que padecen penurias inimaginables en las calles o que acaban en perreras en las que serán sacrificados, tengan una mínima oportunidad de vivir y de sentir el cariño y atenciones de las que normalmente se han visto privados. Y si la he escogido a ella como ejemplo es porque acaba de pasar por una experiencia que si bien deja patente su inmenso corazón y su compromiso para con los animales, también es cierto que ha sido así a costa de un precio muy alto porque el trago de hiel que ha tenido que digerir esta chica, aún acostumbrada como está a ver dolor, injusticia y crueldad en el trato a estas criaturas, va a dejar una marca indeleble en su memoria y de ello dan fe las palabras que escribió cuando todo terminó, unos sentimiento que sólo pueden partir de quien alberga en su interior una mezcla de rabia, indignación, desconsuelo y ternura muy difíciles de contener.


La historia que ha vivido es cotidiana y aparentemente simple sin embargo, no es comparable leerla o enterarse de ella a través de terceros que ser testigo directo de la misma; no es igual que nos hablen de la soledad y del sufrimiento de un perro que verlo agonizar y contemplar cómo llora, sí, cómo llora lágrimas mientras sólo le acompaña un extraño, porque su dueño prefirió abandonarlo enfermo terminal como estaba en la calle, antes que quedarse a su lado en sus últimos momentos y procurarle un final indoloro y rápido, que medios para ello existen pero sobre todo, repito, que renunció a permanecer junto a él hasta su aliento definitivo.


Llama más la atención lo ocurrido porque el responsable, el dueño del perro arrojado a la calle era un policía; un hombre que aparte de conocer la Ley y saber que hacer algo así la vulnera, se supone que debe de velar por los derechos de otros seres. ¿No incluye eso a un perro?, ¿a su propio perro?. Pues eso fue lo que hizo este individuo: sabedor de que su cachorro de pastor alemán padecía una enfermedad ya incurable a esas alturas lo dejó abandonado en la calle, de ese modo se aseguraba que el animal fuera recogido por los servicios municipales, llevado a la perrera y allí sacrificado, de tal modo que él con su acto mezquino y cobarde se ahorraba los costes veterinarios de la inyección letal, del enterramiento y del “engorro” de estar presente durante el proceso, algo esto último a la que ninguna norma obliga por supuesto, a no ser la de la decencia y la del amor a nuestro compañero, en el caso de que tengamos una y sintamos el otro claro está.


Como el animal no tenía a nadie en cuanto se enteraron de su llegada a la perrera acudieron de la Protectora La Guarida para intentar hacerse cargo de él. Cuando lo vieron tan desmejorado pensaron que había sido una víctima más de malos tratos y que se encontraba en estado de desnutrición. Le procuraron alimento pero al día siguiente el perro empeoró y no quedó más alternativa que inyectarle para acabar con su sufrimiento. Nuria estuvo a su lado todo el tiempo, viendo cómo el perro se consumía mientras su única compañía era una extraña, llena de amor y compasión hacia él, pero alguien cuyo olor no le resultaba familiar y eso es lo que más hubiese necesitado en esos instantes el desdichado animal; como cualquier perro, como cualquier persona, tener cerca durante sus últimas horas un rostro conocido y amado y sentir sobre su piel la mano de aquel al que había venido entregando su cariño y fidelidad. Sin embargo sólo tuvo a Nuria, que lo quería infinitamente más que su amo; él lo abandonó enfermo, ella lo conocía desde hacia apenas unas horas y permaneció junto a él, sufriendo su agonía hasta el último segundo.


Quiero transcribir a continuación algunos de los pensamientos y sensaciones plasmadas por esta mujer una vez pasado todo. Leer su escrito completo es adentrarse en un mundo en el que se entremezclan la crueldad, la ternura, el desprecio, el amor, la solidaridad, la esperanza, la frustración, la desesperación y la angustia pero sobre todo, es vivir la historia de este pastor alemán desde la mente irracional y el corazón agotado del pobre perro, porque Nuria ha sabido expresar los más que probables sentimientos del animal de un modo realista y desgarrador. Estas son algunas de sus frases:


“Y entonces te vimos… echadito en el suelo, confundido, la cabeza erguida, mirando curioso a tus compañeros de chenil, famélico, viviendo tus últimas horas”.


“ Al día siguiente empeoraste… y todas las esperanzas que acariciamos para ti agonizaron contigo”.


“Sólo tus ojillos, vivos, color fuego, permanecían atentos, impactados y confusos, por el dolor y el sufrimiento que te devoraban. Y llorabas… caían lágrimas por tus ojos, nadie me lo va a poder negar jamás, nadie… llorabas”.


“Y sé que buscabas a tu familia… te marchaste sin comprender dónde estarían… y sé que no salía de tu asombro y te preguntabas porque tenías que despedirte de este lúgubre mundo con la compañía de una desconocida”-


“Me senté junto a ti, hablándote bajito, acariciándote la cabeza que adoptaba por momentos las forma del cráneo… no me importaba el sudor de tu cuerpo, el olor de los efluvios de la muerte… era un momento lo que te quedaba… te abracé llorando”.


“Y sé que si aparecieran ahora, en el último minuto de tu vida, moverías el rabo, entusiasmado y contento, aquí en tu lecho de muerte, pensando sólo que han tardado demasiado… pero no van a venir precioso cachorro, sólo estamos tú y yo, aunque no me conozcas soy lo único que tienes en este último momento”.


Este infeliz animal ya no existe, de él sólo queda un recuerdo imborrable en la mente de Nuria, una nueva cicatriz en su corazón -y van ya tantas después de haber visto día tras día casos sangrantes de abandono y de maltrato- pero esta tal vez va a ser un poco más profunda, acaso más dolorosa, porque ningún bien nacido puede ver llorar a un animal mientras se muere entre sus brazos y permanecer indiferente y olvidar, continuar como si no hubiese ocurrido. Ningún bien nacido… otros, son capaces de tener un perro como si fuera un electrodoméstico que no merece la pena reparar si se avería, por eso quizás este hombre no se dignó ni a llevar a su pastor alemán, todavía un cachorro, al veterinario cuando empezó a mostrar los primeros síntomas de la enfermedad y tal vez se hubiese podido atajar. Por eso también, cuando se le hizo molesta su presencia, cuando sus quejidos le resultaban fastidiosos y desagradable su aspecto demacrado y mórbido, decidió arrojarlo a la calle, dejarlo tirado sin el menor escrúpulo, asegurando con ello la integridad de su monedero; al parecer también su conciencia permaneció intacta después de cometer tal bajeza.


Hay muchas “Nurias”, pero no son suficientes todavía y sus medios son angustiosamente precarios para poder luchar contra todo el dolor, daño y sufrimiento que provocan aquellos que son capaces de abandonar a un perro agonizante, matarlo a palos, lanzarlo a un pozo, ahorcarlo, quemarlo, negarle comida y agua o atención médica.


A esta mujer admirable le costará dormir sin sobresaltos porque probablemente se le aparezca en sueños la imagen del animal moribundo –viendo sus fotografías es difícil creer que algo así no vaya a ocurrir- llorando lágrimas más que por su dolor físico por el que le causaba la ausencia de su dueño, al que seguramente seguía amando en su inocente fidelidad. Yo sólo espero que éste individuo desalmado y cruel, algún día también sepa lo que es verse desatendido y rechazado por los seres queridos cuando no le quede más alivio que una mirada amiga, una palabra de aliento, una caricia cómplice y una muestra de amor; cuando su dinero, el que no quiso emplear en ayudar a su perro, ya no le sirva para nada.

Julio Ortega Fraile



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