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El Ejército adiestra perros antidrogas en Granada
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La unidad especializada granadina presta su servicio en toda Andalucía, junto con otra de Sevilla El responsable del entrenamiento advierte que nunca están en contacto directo con estupefacientes
Bady está quieto, sentado junto a Felipe Villanueva, cabo 1º de los Servicios de Seguridad del Ejército y su guía. En un instante, Felipe lanza un rodillo por los aires y el animal se lanza hacia él y se lo trae. «Es como un niño, ahora está esperando su premio», dice. Y esto no es más que el reconocimiento de su entrenador y amo.
Bady y Felipe forman una pareja perfecta desde hace un año, cuando el ejército adquirió el can que sería destinado a los servicios de detección de estupefacientes, un servicio que en Andalucía tiene sus sedes en Granada y Sevilla. Villanueva lleva toda la vida en esto. «Los perros son mi vida, entrenarlos, prepararlos, mimarlos», confiesa.
Los perros se adquieren cuando tienen apenas un año y se pagan por ellos entre 1.700 y 3.000 euros, aunque una vez terminado el entrenamiento el valor de unos perros que no estarán jamás en venta se puede cifrar hasta en los 12.000 euros. Analíticas semestrales, controles de peso y mil un cuidados se justifican en unos animales que pueden salvar muchas -y ya lo hacen- muchas vidas. Además, deben reunir unas características determinadas, no todos los perros sirven.
Perros sociables
Por ejemplo, deben ser sociables con todo el mundo aunque no obedecen más que a su guía, un guía que, como Felipe, se convierte en su amo real hasta el punto de que cuando «se dan de baja» a los diez años de servicio, muchos de ellos se los quedan.
Los entrenamientos son duros y no tienen horario, de forma que en seis meses un perro de este tipo puede estar preparado para cumplir su misión, detectar estupefacientes. Ante la pregunta de si estos perros se vuelven drogadictos con el tiempo, Felipe se sonríe para negarlo.
El rodillo es elemento básico, un trapo enrollado que será donde Bady III -viene de una familia con pedigrí en estas lides- aprenda a distinguir unos olores de otros, donde sepa, al final, qué tiene que buscar. Los perros utilizan más el olfato que la vista, lo tienen selectivo y son capaces de quedarse con un aroma sin que les afecte para otro, además, ellos no tienen contacto directo físico con la droga, sólo con olor y no se les deforma el sentido del olfato. Bady es, a su manera, un atleta porque así se les debe criar.
Cuando Felipe saca a pasear a Bady no lo hace como un ciudadano normal, no es para que haga sus necesidades y desfogue tras su encierro, sino que lo está manteniendo, entrenando. «Es necesario que se mantengan en un peso determinado, con la musculatura necesaria en los sitios donde debe y, sobre todo, mantener el contacto psicológico con el perro, que es quizá el aspecto más importante», explica.
Y es que la compenetración entre Bady y Villanueva es tal que sólo con un pequeño gesto o con la mirada se están hablando. «El guía enseña a ser sincero al perro a base de ser sincero con él, es la única forma de llegar a compenetrarse y de que Bady, en este caso, haga su trabajo a la perfección, y lo hace».
Bady y Felipe forman una pareja perfecta desde hace un año, cuando el ejército adquirió el can que sería destinado a los servicios de detección de estupefacientes, un servicio que en Andalucía tiene sus sedes en Granada y Sevilla. Villanueva lleva toda la vida en esto. «Los perros son mi vida, entrenarlos, prepararlos, mimarlos», confiesa.
Los perros se adquieren cuando tienen apenas un año y se pagan por ellos entre 1.700 y 3.000 euros, aunque una vez terminado el entrenamiento el valor de unos perros que no estarán jamás en venta se puede cifrar hasta en los 12.000 euros. Analíticas semestrales, controles de peso y mil un cuidados se justifican en unos animales que pueden salvar muchas -y ya lo hacen- muchas vidas. Además, deben reunir unas características determinadas, no todos los perros sirven.
Perros sociables
Por ejemplo, deben ser sociables con todo el mundo aunque no obedecen más que a su guía, un guía que, como Felipe, se convierte en su amo real hasta el punto de que cuando «se dan de baja» a los diez años de servicio, muchos de ellos se los quedan.
Los entrenamientos son duros y no tienen horario, de forma que en seis meses un perro de este tipo puede estar preparado para cumplir su misión, detectar estupefacientes. Ante la pregunta de si estos perros se vuelven drogadictos con el tiempo, Felipe se sonríe para negarlo.
El rodillo es elemento básico, un trapo enrollado que será donde Bady III -viene de una familia con pedigrí en estas lides- aprenda a distinguir unos olores de otros, donde sepa, al final, qué tiene que buscar. Los perros utilizan más el olfato que la vista, lo tienen selectivo y son capaces de quedarse con un aroma sin que les afecte para otro, además, ellos no tienen contacto directo físico con la droga, sólo con olor y no se les deforma el sentido del olfato. Bady es, a su manera, un atleta porque así se les debe criar.
Cuando Felipe saca a pasear a Bady no lo hace como un ciudadano normal, no es para que haga sus necesidades y desfogue tras su encierro, sino que lo está manteniendo, entrenando. «Es necesario que se mantengan en un peso determinado, con la musculatura necesaria en los sitios donde debe y, sobre todo, mantener el contacto psicológico con el perro, que es quizá el aspecto más importante», explica.
Y es que la compenetración entre Bady y Villanueva es tal que sólo con un pequeño gesto o con la mirada se están hablando. «El guía enseña a ser sincero al perro a base de ser sincero con él, es la única forma de llegar a compenetrarse y de que Bady, en este caso, haga su trabajo a la perfección, y lo hace».
