El perro al pozo, el toro a la arena y la Ley un paso por detrás. Opinión.
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Artículos
España Liberal, 20 Octubre 2008.
El perro al pozo, el toro a la arena y la Ley un paso por detrás.
Este fin de semana un perro ha sido rescatado de un pozo; lo arrojaron sujeto a una piedra y con las patas atadas. Un caso más de sadismo con animales mientras la Ley permanece anclada en el pasado e incapaz de adaptarse a la evolución del pensamiento social.
Esta vez ha conseguido sobrevivir. Con heridas físicas de las que está siendo atendido y con otras mucho más graves y dolorosas, secuelas cuyo tratamiento es bastante más complicado: las afectivas; pero ha tenido “suerte”, porque lo habitual, lo que ocurre en la mayoría de las ocasiones es que estas criaturas padecen una muerte espantosa y sus cuerpos quedan para siempre ocultos, privándonos de la posibilidad de ser testigos una vez más de hasta que punto hay hombres capaces de provocar sufrimiento y hacer daño sin la menor consideración moral o ética; seres abyectos con nula capacidad de compasión y una predisposición aterradora para destruir y hacerlo con saña, procurando causar el mayor tormento posible pero escondiendo o al menos intentándolo la prueba de su conducta, porque debajo de esa nauseabunda capa de crueldad, tienen la lucidez suficiente como para ser conscientes de lo rastrero y vil de sus actos, además de lo punible de su acción, aunque probablemente este miedo al Código Penal sea más que moderado, conocedores como son de la tibieza con que la Justicia castiga este tipo decrímenes.
Y todo esto viene a cuento de lo que acaba de ocurrir - ¿y cuántas van?- con un perro en Cádiz. Una mujer escuchó los llantos desesperados del animal provenientes de un pozo; se puso en contacto con la policía y éstos avisaron a los bomberos y a los trabajadores de la perrera. Gracias al comportamiento solidario de la ciudadana y al buen hacer de los profesionales de los servicios de seguridad y del centro canino, pudieron rescatar al desdichado perro del fondo del pozo. Lo habían arrojado allí sujeto a una cadena con una piedra y con sus patas atadas. Al animal, con toda probabilidad como consecuencia del maltrato al que habría estado sometido en el tiempo, le falta un ojo y se encuentra en malas condiciones, situación de la que está saliendo por los cuidados que se le están dispensando. Nos cuentan que el perro, un ejemplar joven, es muy agradecido y uno se pregunta, ¿de qué pasta está hecho un ser que después de haber sufrido de tal modo a manos de algunos hombres es capaz todavía, en su irracionalidad, de mostrar alegría y gratitud?. Igualmente, viendo la labor de personas como los trabajadores que se juegan su integridad física por salvar al can –quiero recordar de paso al bombero que este fin de semana ha muerto al intentar rescatar a tres piragüistas en el Río Duero- es inevitable comparar conductas y actitudes humanas, porque mientras hay quien no duda en arriesgar su vida por ayudar a otros a los que no conoce o que ni tan siquiera son de su misma especie, siguen existiendo hombres de la peor calaña cuya disposición para hacer el mal es infinita. No existe razón que justifique el hecho de inmovilizar a un perro y arrojarlo en el fondo de un pozo para que padezca una agonía larga y espantosa, como no sea un culto enfermizo al sadismo y una insensibilidad que incapacita a su poseedor para vivir en sociedad.
Muchas de las personas que hacen esto con perros o con gatos no tendrían el menor reparo desde el punto de vista moral en hacer lo mismo con seres humanos. Está más que demostrado que quien es capaz de desplegar esa violencia gratuita contra individuos de otras especies, tiene tendencia a aplicarla también hacia personas. El único motivo que les frena en la mayor parte de los casos –que no siempre- es el miedo a la Ley. Aquel que quema a un perro, mutila a un gato, los mantiene atados, los deja morir de inanición o los golpea de modo continuado y feroz, sabe que de hacer lo mismo con otro hombre, la autoría de ese hecho sería investigada con todos los medios disponibles y que una vez detenido y condenado, se le impondría una larga privación de su libertad. Pero no existe tal temor en casos como en los de este perro, o los de los galgos que son torturados y muertos normalmente a manos de cazadores; en situaciones como la del joven de Talavera que se exhibía en Internet con los gatos que había matado previamente; la del perro apaleado y al que he habían arrancado el pene en Lugo; el de Juan Lado que mató a palos a su pastor alemán en A Coruña; los que en su día entraron en un refugio canino y se dedicaron a aserrarles las patas a los perros; Regina, la cruce de mastín que vivía en un albergue y a la que recientemente le introdujeron frutas por el ano y le golpearon en la cabeza hasta matarla; el perro rociado con un líquido corrosivo en Madrid… Podría seguir páginas y páginas, porque entre palos, quemaduras, cadenas, ácido, balas, ahorcamientos, cadenas, sed, hambre y mil formas más de tortura de las que el hombre es capaz sobre los animales, lo cierto es que la lista de criaturas martirizadas y asesinadas en nuestro País es interminable y muy pocas veces tienen en su desgracia la “suerte” de ser salvados in extremis como ha ocurrido con este pobre perro en Cádiz, aunque su calvario no haya terminado, porque a día de hoy se encuentra en una perrera en la que está siendo atendido pero si a corto plazo no encuentra un hogar de acogida o de adopción será sacrificado, ya que esa es la política que se sigue en estos Centros, la de la exterminación de los animales si alguien no se queda con ellos.
Hace poco leía que los hombres tenemos un déficit de compasión debido al empacho de información sobre actos crueles al que estamos sometidos día tras día. Y tal vez sea así, la novedad despierta nuestros sentidos pero la rutina nos abotarga y contemplar noticias en las que un animal ha sido despellejado vivo, le han echado ácido en los ojos o lo han degollado con un alambre son tan comunes, que estamos perdiendo la capacidad de asombro y por tanto la de reacción. Y aunque a pesar de todo este hecho no puede en modo alguno justificar la apatía del hombre ante tales muestras de salvajismo, lo que resulta intolerable es que la Justicia también permanezca adormecida y puesto que está escrita, dictada y aplicada por el hombre, es éste el responsable último de que la única garantía de que disponemos para que los derechos y libertades de todos los seres sean respetados no constituya precisamente la razón que a algunos les impulsa a cometer estas barbaridades, sabedores de la laxitud legal cuando de la protección de animales se trata y de que es posible cebarse con ellos y matarlos casi con total impunidad, puesto que apenas se dedican recursos y tiempo a encontrar a los culpables de tanta brutalidad y en el hipotético y poco probable caso de ser hallados, la pena que se les aplicará no va más allá de una escasa sanción administrativa.
Hace mas de doscientos años que el filósofo Jeremy Bentham dijo: “Quizá llegue el día en que se reconozca que el número de patas, la pilosidad de la piel o la terminación del hueso sacro son razones insuficientes para abandonar a un ser sensitivo al capricho de su torturador… La cuestión (refiriéndose a los animales) no es, ¿pueden razonar? o, ¿pueden hablar? sino, ¿pueden sufrir?...”. Más de dos siglos después ese día que soñaba Bentham sigue sin llegar porque quien escribe la Ley parece pensar que no es un problema importante –ni rentable-. En 1857 el Tribunal Supremo de los EEUU dictaminaba que “los negros son seres de una categoría inferior en tal medida, que no tienen ningún derecho que el hombre blanco esté obligado a respetar”. Hoy sentimos rabia y asco pensando que algo así pudo ocurrir en la Historia reciente; posiblemente algún día nuestros descendientes experimenten sensaciones similares al conocer que nosotros podíamos torturar a un perro a cambio de unos poco euros de multa y lo que es peor, que se puede hacer lo mismo con un toro y no sólo no es sancionable, sino que está protegido por Ley, subvencionado por el Estado, difundido y que el torturador es admirado, llamado “Maestro” y merecedor desde instancias oficiales de la Medalla de Oro del mérito de las Bellas Artes. Mientras tanto, en Medinaceli están organizando el inminente Toro Júbilo, en Coria y Tordesillas sus particulares ediciones de suplicio a un toro para el próximo año y sin duda, más de un perro está agonizando en estos instantes en el fondo de un pozo. Y la Ley por detrás, con la lengua fuera, arrastrando todavía polvo de la España negra y mostrando su incompetencia para adaptarse a las nuevas demandas sociales. Un vez más la Ilustración pasa “de puntillas” por nuestro País y nuestros gobernantes, callan y otorgan.
Julio Ortega Fraile
El perro al pozo, el toro a la arena y la Ley un paso por detrás.
Este fin de semana un perro ha sido rescatado de un pozo; lo arrojaron sujeto a una piedra y con las patas atadas. Un caso más de sadismo con animales mientras la Ley permanece anclada en el pasado e incapaz de adaptarse a la evolución del pensamiento social.
Esta vez ha conseguido sobrevivir. Con heridas físicas de las que está siendo atendido y con otras mucho más graves y dolorosas, secuelas cuyo tratamiento es bastante más complicado: las afectivas; pero ha tenido “suerte”, porque lo habitual, lo que ocurre en la mayoría de las ocasiones es que estas criaturas padecen una muerte espantosa y sus cuerpos quedan para siempre ocultos, privándonos de la posibilidad de ser testigos una vez más de hasta que punto hay hombres capaces de provocar sufrimiento y hacer daño sin la menor consideración moral o ética; seres abyectos con nula capacidad de compasión y una predisposición aterradora para destruir y hacerlo con saña, procurando causar el mayor tormento posible pero escondiendo o al menos intentándolo la prueba de su conducta, porque debajo de esa nauseabunda capa de crueldad, tienen la lucidez suficiente como para ser conscientes de lo rastrero y vil de sus actos, además de lo punible de su acción, aunque probablemente este miedo al Código Penal sea más que moderado, conocedores como son de la tibieza con que la Justicia castiga este tipo decrímenes.
Y todo esto viene a cuento de lo que acaba de ocurrir - ¿y cuántas van?- con un perro en Cádiz. Una mujer escuchó los llantos desesperados del animal provenientes de un pozo; se puso en contacto con la policía y éstos avisaron a los bomberos y a los trabajadores de la perrera. Gracias al comportamiento solidario de la ciudadana y al buen hacer de los profesionales de los servicios de seguridad y del centro canino, pudieron rescatar al desdichado perro del fondo del pozo. Lo habían arrojado allí sujeto a una cadena con una piedra y con sus patas atadas. Al animal, con toda probabilidad como consecuencia del maltrato al que habría estado sometido en el tiempo, le falta un ojo y se encuentra en malas condiciones, situación de la que está saliendo por los cuidados que se le están dispensando. Nos cuentan que el perro, un ejemplar joven, es muy agradecido y uno se pregunta, ¿de qué pasta está hecho un ser que después de haber sufrido de tal modo a manos de algunos hombres es capaz todavía, en su irracionalidad, de mostrar alegría y gratitud?. Igualmente, viendo la labor de personas como los trabajadores que se juegan su integridad física por salvar al can –quiero recordar de paso al bombero que este fin de semana ha muerto al intentar rescatar a tres piragüistas en el Río Duero- es inevitable comparar conductas y actitudes humanas, porque mientras hay quien no duda en arriesgar su vida por ayudar a otros a los que no conoce o que ni tan siquiera son de su misma especie, siguen existiendo hombres de la peor calaña cuya disposición para hacer el mal es infinita. No existe razón que justifique el hecho de inmovilizar a un perro y arrojarlo en el fondo de un pozo para que padezca una agonía larga y espantosa, como no sea un culto enfermizo al sadismo y una insensibilidad que incapacita a su poseedor para vivir en sociedad.
Muchas de las personas que hacen esto con perros o con gatos no tendrían el menor reparo desde el punto de vista moral en hacer lo mismo con seres humanos. Está más que demostrado que quien es capaz de desplegar esa violencia gratuita contra individuos de otras especies, tiene tendencia a aplicarla también hacia personas. El único motivo que les frena en la mayor parte de los casos –que no siempre- es el miedo a la Ley. Aquel que quema a un perro, mutila a un gato, los mantiene atados, los deja morir de inanición o los golpea de modo continuado y feroz, sabe que de hacer lo mismo con otro hombre, la autoría de ese hecho sería investigada con todos los medios disponibles y que una vez detenido y condenado, se le impondría una larga privación de su libertad. Pero no existe tal temor en casos como en los de este perro, o los de los galgos que son torturados y muertos normalmente a manos de cazadores; en situaciones como la del joven de Talavera que se exhibía en Internet con los gatos que había matado previamente; la del perro apaleado y al que he habían arrancado el pene en Lugo; el de Juan Lado que mató a palos a su pastor alemán en A Coruña; los que en su día entraron en un refugio canino y se dedicaron a aserrarles las patas a los perros; Regina, la cruce de mastín que vivía en un albergue y a la que recientemente le introdujeron frutas por el ano y le golpearon en la cabeza hasta matarla; el perro rociado con un líquido corrosivo en Madrid… Podría seguir páginas y páginas, porque entre palos, quemaduras, cadenas, ácido, balas, ahorcamientos, cadenas, sed, hambre y mil formas más de tortura de las que el hombre es capaz sobre los animales, lo cierto es que la lista de criaturas martirizadas y asesinadas en nuestro País es interminable y muy pocas veces tienen en su desgracia la “suerte” de ser salvados in extremis como ha ocurrido con este pobre perro en Cádiz, aunque su calvario no haya terminado, porque a día de hoy se encuentra en una perrera en la que está siendo atendido pero si a corto plazo no encuentra un hogar de acogida o de adopción será sacrificado, ya que esa es la política que se sigue en estos Centros, la de la exterminación de los animales si alguien no se queda con ellos.
Hace poco leía que los hombres tenemos un déficit de compasión debido al empacho de información sobre actos crueles al que estamos sometidos día tras día. Y tal vez sea así, la novedad despierta nuestros sentidos pero la rutina nos abotarga y contemplar noticias en las que un animal ha sido despellejado vivo, le han echado ácido en los ojos o lo han degollado con un alambre son tan comunes, que estamos perdiendo la capacidad de asombro y por tanto la de reacción. Y aunque a pesar de todo este hecho no puede en modo alguno justificar la apatía del hombre ante tales muestras de salvajismo, lo que resulta intolerable es que la Justicia también permanezca adormecida y puesto que está escrita, dictada y aplicada por el hombre, es éste el responsable último de que la única garantía de que disponemos para que los derechos y libertades de todos los seres sean respetados no constituya precisamente la razón que a algunos les impulsa a cometer estas barbaridades, sabedores de la laxitud legal cuando de la protección de animales se trata y de que es posible cebarse con ellos y matarlos casi con total impunidad, puesto que apenas se dedican recursos y tiempo a encontrar a los culpables de tanta brutalidad y en el hipotético y poco probable caso de ser hallados, la pena que se les aplicará no va más allá de una escasa sanción administrativa.
Hace mas de doscientos años que el filósofo Jeremy Bentham dijo: “Quizá llegue el día en que se reconozca que el número de patas, la pilosidad de la piel o la terminación del hueso sacro son razones insuficientes para abandonar a un ser sensitivo al capricho de su torturador… La cuestión (refiriéndose a los animales) no es, ¿pueden razonar? o, ¿pueden hablar? sino, ¿pueden sufrir?...”. Más de dos siglos después ese día que soñaba Bentham sigue sin llegar porque quien escribe la Ley parece pensar que no es un problema importante –ni rentable-. En 1857 el Tribunal Supremo de los EEUU dictaminaba que “los negros son seres de una categoría inferior en tal medida, que no tienen ningún derecho que el hombre blanco esté obligado a respetar”. Hoy sentimos rabia y asco pensando que algo así pudo ocurrir en la Historia reciente; posiblemente algún día nuestros descendientes experimenten sensaciones similares al conocer que nosotros podíamos torturar a un perro a cambio de unos poco euros de multa y lo que es peor, que se puede hacer lo mismo con un toro y no sólo no es sancionable, sino que está protegido por Ley, subvencionado por el Estado, difundido y que el torturador es admirado, llamado “Maestro” y merecedor desde instancias oficiales de la Medalla de Oro del mérito de las Bellas Artes. Mientras tanto, en Medinaceli están organizando el inminente Toro Júbilo, en Coria y Tordesillas sus particulares ediciones de suplicio a un toro para el próximo año y sin duda, más de un perro está agonizando en estos instantes en el fondo de un pozo. Y la Ley por detrás, con la lengua fuera, arrastrando todavía polvo de la España negra y mostrando su incompetencia para adaptarse a las nuevas demandas sociales. Un vez más la Ilustración pasa “de puntillas” por nuestro País y nuestros gobernantes, callan y otorgan.
Julio Ortega Fraile