El sacrificio de animales en España según el rito musulmán. Opinión.
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Artículos
El Xornal, 12 Diciembre 2008.
El sacrificio de animales en España según el rito musulmán.
Julio Ortega Fraile.
La Sharia es el Código de conducta según el Derecho Islámico relativo a diferentes aspectos fundamentales y secundarios en la existencia del hombre, que indica aquellos que están permitidos o prohibidos y que ha sido adoptados por la mayoría de los musulmanes, bien como una cuestión de conciencia personal o, en ciertos Estados islámicos, como Ley de obligado cumplimiento cuyo quebrantamiento supone ser condenado por un tribunal.
Este Sistema de moral, costumbres y comportamiento incluye gran número de deberes o restricciones que en España, como en otros muchos países donde el Corán no es un texto incuestionable al que se le debe acatamiento y sometimiento, no sólo nos parecen anacrónicos, descabellados, injustos o sectarios, sino que directamente constituirían un delito de llevarse a cabo en nuestro territorio.
Valgan como muestra las llamadas “Ofensas Hadd” asumidas en ciertas Regiones Islámicas y que por ejemplo, imponen la pena de lapidación o azotes por infidelidad conyugal o la amputación de una mano a quien robe; otros aspectos que afectan a la mujer como el que no esconda su belleza, que salude un hombre con el que su matrimonio no fuese ilegítimo por motivos de parentesco o que permanezca a solas en compañía de un extraño también son motivo de transgresión de la Ley y así muchos más, tales como beber vino o sentarse en una mesa donde lo haya, bostezar durante la oración, comer o beber con la mano izquierda, etc.
Pero vayamos a esas cuestiones que aquí, de producirse, supondrían a su autor la comisión de un delito por contravenir nuestro Código Penal y por lo tanto, sería juzgado y sentenciado por tal hecho y eso ocurriría aunque el culpable de violar la Legislación Española tuviese la nacionalidad de algún País musulmán en el que ese acto, lejos de vulnerar la Ley como en este, estuviese permitido y aún aconsejado, de igual modo que esa persona seguiría teniendo responsabilidad penal en España aunque su conciencia asumiese el hecho como válido y necesario y sus creencias así se lo indicasen. Es decir, que un oriundo de Arabia Saudí, con firmes convicciones islámicas, instiga o participa en la lapidación de su esposa en Albacete porque ésta le ha sido infiel y sería inmediatamente detenido, juzgado y condenado por esa acción. Y es lógico que así sea porque no estamos hablando de falta de consideración a otras costumbres, ni de burlarse de la interpretación que en culturas diferentes realizan de su particular doctrina religiosa, sino que la cuestión principal, fundamental y sin duda prioritaria, es que por encima de cualquier credo o dogma está el respeto a la vida, la libertad y los derechos de otros seres y cualquier ataque a esos principios que sí son irrefutables ha de ser sancionado sin tibieza porque es la única garantía que tenemos para proteger a los que en condiciones de inferioridad, indefensión o desamparo resultan las víctimas propiciatorias de individuos que se creen con potestad para someterlas e incluso ejercer la violencia sobre ellas, a veces con resultado de muerte.
Y hoy en día que tan de moda está el término “Globalización” – no confundir con “alienación” por similitud de intenciones – resulta que es de aplicación para cuestiones en las que está el dinero de por medio. Ingentes son los esfuerzos que realizan muchas naciones para lograr la integración de las diferentes economías en lo que sería un único Mercado Mundial; como siempre, lo maquillen como lo maquillen, todo comienza en declaraciones de intenciones de signo altruista para acabar en más de lo mismo: unos pocos llenándose los bolsillos de forma insultante, muchos consumiendo por encima de sus posibilidades y bien adoctrinados para que contemplen la suntuosidad como algo indispensable en su vida y la crean al alcance de su mano y al fin, millones de seres sobreviviendo a duras penas con salarios de hambre, esclavitud laboral, explotación infantil o directamente, muriendo por guerras, sequías, hambrunas, persecuciones o enfermedades erradicadas en la “zona globalizada”. Para el resto de aspectos: sociales, calidad de vida, cultura, etc., se han sacado de la manga otro término tan grandilocuente como vacío: “Aldea global” y no estaría de más que dedicasen menos recursos a extender el capitalismo feroz por todo el Planeta y unos cuantos más a evitar conflictos bélicos, paliar el hambre, acabar con enfermedades, dotar de servicios sociales y también, por supuesto, ejercer presión sobre aquellos Estados en los que diariamente ejecutan a personas condenadas a muerte incluso por delitos tales como tenencia de droga, o sobre los Países en los que robar puede suponer la mutilación o el adulterio una muerte espantosa.
Sin embargo, si el que el “Mundo Libre” – menuda patraña – no intente acabar con esas atrocidades, que medios probablemente existen y no hablo de intervenciones militares en busca de armas etéreas, sino a través de estrategias económicas, que de tales intereses no se libra ni el moro ni el cristiano, si esa desidia decía ya es de por sí censurable, lo que resulta inadmisible es que en lugares, como España, en los que nuestra Legislación no permite tales actos de brutalidad, de pronto y no se sabe en nombre de qué multiculturalidad mal interpretada hasta la degeneración, se den por válidos episodios no autorizados y cuya superación ha costado largo tiempo y mucho esfuerzo obtener. Sobre todo cuando estamos hablando de consentir costumbres cuya práctica implica el sufrimiento de seres vivos y en concreto me estoy refiriendo al Rito Musulmán Halal (lícito), utilizado para el sacrificio de reses destinadas a su consumo y según el cual al animal se le inmoviliza mirando hacia La Meca y sin ningún tipo de aturdimiento previo se le seccionan la faringe, el esófago y la yugular dejando que se desangre. Este método es por supuesto extremadamente cruel y supone para la res una situación de inmenso dolor y prolongada agonía.
La Ley 32/2007 vigente en nuestro País sobre el “Cuidado de animales, en su explotación, transporte, experimentación y sacrificio”, dictamina en su Artículo sexto que “Las instalaciones y los equipos de los mataderos, así como su funcionamiento, evitarán a los animales agitación, dolor o sufrimiento innecesarios” sin embargo, unas líneas después contempla que “Cuando el sacrificio de los animales se realice según los ritos propios de Iglesias, Confesiones o Comunidades religiosas inscritas en el Registro de Entidades Religiosas, y las obligaciones en materia de aturdimiento sean incompatibles con las prescripciones del respectivo rito religioso, las autoridades competentes no exigirán el cumplimiento de dichas obligaciones siempre que las prácticas no sobrepasen los límites a los que se refiere el artículo 3 de la Ley Orgánica 7/1980 de Libertad Religiosa” que reza como sigue: “El ejercicio de los derechos dimanantes de la Libertad Religiosa y de Culto tiene como único límite la protección del derecho de los demás al ejercicio de sus libertades públicas y derechos fundamentales, así como la salvaguardia de la seguridad, de la salud y de la moralidad pública, elementos constitutivos del orden público protegido por la Ley en el ámbito de una sociedad democrática”. El no ser sometido a sufrimiento ¿no es acáso un derecho fundamental?, ¿o tal vez el sistema nervioso de una vaca sacrificada en Lugo funciona cuando el matarife es gallego y se anula si éste nació en Teherán?.
Por otra parte en España no está permitido, como se venía haciendo, sacrificar a un cerdo con el cuchillo y sin aturdirlo previamente, para no infligirle un padecimiento mayor. ¿Qué es todo esto?, ¿una especie de juego macabro en el que se lucha contra la angustia física pero sólo a veces?, ¿el reconocimiento de que una creencia religiosa está por encima del maltrato a un ser vivo?, ¿o simplemente una farsa elaborada para contentar a todos los ciudadanos que están en contra de ejercer la tortura sobre animales pero que deja tales resquicios, que diariamente se siguen produciendo carnicerías sangrientas no punibles?.
Bastante desoladora es la existencia de principio a fin de los animales destinados a consumo a pesar de esta Ley de pacotilla: su reproducción forzosa con hembras explotadas para la procreación una vez tras otra, la estabulación en condiciones espantosas, la alimentación forzada, los ciclos alterados, condiciones higiénicas deplorables, absoluta falta de asistencia a los individuos heridos o enfermos mientras su estado no altere la calidad del producto, el transporte en circunstancias pavorosas y su sacrificio llevado a cabo de tal modo que poco dolor y prolongación de agonía se le ahorra a la desdichada criatura en ese trance, después de una vida más o menos larga pero en permanente esclavitud y sin haber conocido un instante de felicidad y cómo no, el oscurantismo que rodea todo este proceso macabro, de tal modo que al consumidor le llegan las imágenes de animales pastando libres, campando a sus anchas, perfectamente atendidos y el siguiente fotograma, nos muestra asépticas piezas de carne expuestas tras una vitrina en cuya elaboración parece no haber existido jamás un gemido de angustia o un grito de sufrimiento. Los reportajes filmados normalmente con cámara oculta por colectivos contra el maltrato como Equanimal o Igualdad Animal entre otros, nos muestran una realidad muy diferente en granjas y mataderos, que nada tiene que ver con la fábula idílica que pretenden hacernos tragar los sectores interesados en esta infernal explotación. Y ya resulta muy amarga esta verdad a pesar de todos los “avances” en materia de derechos de los que tanto presumimos en este País, como para tolerar que demos un paso atrás concediendo como se está haciendo, certificaciones Halal que acreditan en España a Centros de sacrificio animal para acabar con su vida según este Rito, al igual que se están habilitando zonas con este fin en importantes empresas nacionales para que con total impunidad, los practicantes de esta costumbre puedan degollar a sus animales con plena conciencia y someterlos a una muerte lenta.
Ninguna religión, ningún interés económico y ninguna supuesta hermandad de culturas puede ser la disculpa para institucionalizar la tortura. La solidaridad con los Pueblos y el respeto a sus costumbres, algo necesario y enriquecedor, no se debe de traducir en legitimar la crueldad porque ésta forme parte de su acervo. Esta “Globalización sangrienta” lo único que puede conseguir es retrotraernos al salvajismo y echar por tierra el trabajo de gran número de personas y el deseo de muchas más, de alcanzar una Sociedad más justa en la que cualquier tipo de violencia o abuso sobre otros seres sea prohibida y condenada sin que quepan justificaciones o exenciones de ningún tipo.
El sacrificio de animales en España según el rito musulmán.
Julio Ortega Fraile.
La Sharia es el Código de conducta según el Derecho Islámico relativo a diferentes aspectos fundamentales y secundarios en la existencia del hombre, que indica aquellos que están permitidos o prohibidos y que ha sido adoptados por la mayoría de los musulmanes, bien como una cuestión de conciencia personal o, en ciertos Estados islámicos, como Ley de obligado cumplimiento cuyo quebrantamiento supone ser condenado por un tribunal.
Este Sistema de moral, costumbres y comportamiento incluye gran número de deberes o restricciones que en España, como en otros muchos países donde el Corán no es un texto incuestionable al que se le debe acatamiento y sometimiento, no sólo nos parecen anacrónicos, descabellados, injustos o sectarios, sino que directamente constituirían un delito de llevarse a cabo en nuestro territorio.
Valgan como muestra las llamadas “Ofensas Hadd” asumidas en ciertas Regiones Islámicas y que por ejemplo, imponen la pena de lapidación o azotes por infidelidad conyugal o la amputación de una mano a quien robe; otros aspectos que afectan a la mujer como el que no esconda su belleza, que salude un hombre con el que su matrimonio no fuese ilegítimo por motivos de parentesco o que permanezca a solas en compañía de un extraño también son motivo de transgresión de la Ley y así muchos más, tales como beber vino o sentarse en una mesa donde lo haya, bostezar durante la oración, comer o beber con la mano izquierda, etc.
Pero vayamos a esas cuestiones que aquí, de producirse, supondrían a su autor la comisión de un delito por contravenir nuestro Código Penal y por lo tanto, sería juzgado y sentenciado por tal hecho y eso ocurriría aunque el culpable de violar la Legislación Española tuviese la nacionalidad de algún País musulmán en el que ese acto, lejos de vulnerar la Ley como en este, estuviese permitido y aún aconsejado, de igual modo que esa persona seguiría teniendo responsabilidad penal en España aunque su conciencia asumiese el hecho como válido y necesario y sus creencias así se lo indicasen. Es decir, que un oriundo de Arabia Saudí, con firmes convicciones islámicas, instiga o participa en la lapidación de su esposa en Albacete porque ésta le ha sido infiel y sería inmediatamente detenido, juzgado y condenado por esa acción. Y es lógico que así sea porque no estamos hablando de falta de consideración a otras costumbres, ni de burlarse de la interpretación que en culturas diferentes realizan de su particular doctrina religiosa, sino que la cuestión principal, fundamental y sin duda prioritaria, es que por encima de cualquier credo o dogma está el respeto a la vida, la libertad y los derechos de otros seres y cualquier ataque a esos principios que sí son irrefutables ha de ser sancionado sin tibieza porque es la única garantía que tenemos para proteger a los que en condiciones de inferioridad, indefensión o desamparo resultan las víctimas propiciatorias de individuos que se creen con potestad para someterlas e incluso ejercer la violencia sobre ellas, a veces con resultado de muerte.
Y hoy en día que tan de moda está el término “Globalización” – no confundir con “alienación” por similitud de intenciones – resulta que es de aplicación para cuestiones en las que está el dinero de por medio. Ingentes son los esfuerzos que realizan muchas naciones para lograr la integración de las diferentes economías en lo que sería un único Mercado Mundial; como siempre, lo maquillen como lo maquillen, todo comienza en declaraciones de intenciones de signo altruista para acabar en más de lo mismo: unos pocos llenándose los bolsillos de forma insultante, muchos consumiendo por encima de sus posibilidades y bien adoctrinados para que contemplen la suntuosidad como algo indispensable en su vida y la crean al alcance de su mano y al fin, millones de seres sobreviviendo a duras penas con salarios de hambre, esclavitud laboral, explotación infantil o directamente, muriendo por guerras, sequías, hambrunas, persecuciones o enfermedades erradicadas en la “zona globalizada”. Para el resto de aspectos: sociales, calidad de vida, cultura, etc., se han sacado de la manga otro término tan grandilocuente como vacío: “Aldea global” y no estaría de más que dedicasen menos recursos a extender el capitalismo feroz por todo el Planeta y unos cuantos más a evitar conflictos bélicos, paliar el hambre, acabar con enfermedades, dotar de servicios sociales y también, por supuesto, ejercer presión sobre aquellos Estados en los que diariamente ejecutan a personas condenadas a muerte incluso por delitos tales como tenencia de droga, o sobre los Países en los que robar puede suponer la mutilación o el adulterio una muerte espantosa.
Sin embargo, si el que el “Mundo Libre” – menuda patraña – no intente acabar con esas atrocidades, que medios probablemente existen y no hablo de intervenciones militares en busca de armas etéreas, sino a través de estrategias económicas, que de tales intereses no se libra ni el moro ni el cristiano, si esa desidia decía ya es de por sí censurable, lo que resulta inadmisible es que en lugares, como España, en los que nuestra Legislación no permite tales actos de brutalidad, de pronto y no se sabe en nombre de qué multiculturalidad mal interpretada hasta la degeneración, se den por válidos episodios no autorizados y cuya superación ha costado largo tiempo y mucho esfuerzo obtener. Sobre todo cuando estamos hablando de consentir costumbres cuya práctica implica el sufrimiento de seres vivos y en concreto me estoy refiriendo al Rito Musulmán Halal (lícito), utilizado para el sacrificio de reses destinadas a su consumo y según el cual al animal se le inmoviliza mirando hacia La Meca y sin ningún tipo de aturdimiento previo se le seccionan la faringe, el esófago y la yugular dejando que se desangre. Este método es por supuesto extremadamente cruel y supone para la res una situación de inmenso dolor y prolongada agonía.
La Ley 32/2007 vigente en nuestro País sobre el “Cuidado de animales, en su explotación, transporte, experimentación y sacrificio”, dictamina en su Artículo sexto que “Las instalaciones y los equipos de los mataderos, así como su funcionamiento, evitarán a los animales agitación, dolor o sufrimiento innecesarios” sin embargo, unas líneas después contempla que “Cuando el sacrificio de los animales se realice según los ritos propios de Iglesias, Confesiones o Comunidades religiosas inscritas en el Registro de Entidades Religiosas, y las obligaciones en materia de aturdimiento sean incompatibles con las prescripciones del respectivo rito religioso, las autoridades competentes no exigirán el cumplimiento de dichas obligaciones siempre que las prácticas no sobrepasen los límites a los que se refiere el artículo 3 de la Ley Orgánica 7/1980 de Libertad Religiosa” que reza como sigue: “El ejercicio de los derechos dimanantes de la Libertad Religiosa y de Culto tiene como único límite la protección del derecho de los demás al ejercicio de sus libertades públicas y derechos fundamentales, así como la salvaguardia de la seguridad, de la salud y de la moralidad pública, elementos constitutivos del orden público protegido por la Ley en el ámbito de una sociedad democrática”. El no ser sometido a sufrimiento ¿no es acáso un derecho fundamental?, ¿o tal vez el sistema nervioso de una vaca sacrificada en Lugo funciona cuando el matarife es gallego y se anula si éste nació en Teherán?.
Por otra parte en España no está permitido, como se venía haciendo, sacrificar a un cerdo con el cuchillo y sin aturdirlo previamente, para no infligirle un padecimiento mayor. ¿Qué es todo esto?, ¿una especie de juego macabro en el que se lucha contra la angustia física pero sólo a veces?, ¿el reconocimiento de que una creencia religiosa está por encima del maltrato a un ser vivo?, ¿o simplemente una farsa elaborada para contentar a todos los ciudadanos que están en contra de ejercer la tortura sobre animales pero que deja tales resquicios, que diariamente se siguen produciendo carnicerías sangrientas no punibles?.
Bastante desoladora es la existencia de principio a fin de los animales destinados a consumo a pesar de esta Ley de pacotilla: su reproducción forzosa con hembras explotadas para la procreación una vez tras otra, la estabulación en condiciones espantosas, la alimentación forzada, los ciclos alterados, condiciones higiénicas deplorables, absoluta falta de asistencia a los individuos heridos o enfermos mientras su estado no altere la calidad del producto, el transporte en circunstancias pavorosas y su sacrificio llevado a cabo de tal modo que poco dolor y prolongación de agonía se le ahorra a la desdichada criatura en ese trance, después de una vida más o menos larga pero en permanente esclavitud y sin haber conocido un instante de felicidad y cómo no, el oscurantismo que rodea todo este proceso macabro, de tal modo que al consumidor le llegan las imágenes de animales pastando libres, campando a sus anchas, perfectamente atendidos y el siguiente fotograma, nos muestra asépticas piezas de carne expuestas tras una vitrina en cuya elaboración parece no haber existido jamás un gemido de angustia o un grito de sufrimiento. Los reportajes filmados normalmente con cámara oculta por colectivos contra el maltrato como Equanimal o Igualdad Animal entre otros, nos muestran una realidad muy diferente en granjas y mataderos, que nada tiene que ver con la fábula idílica que pretenden hacernos tragar los sectores interesados en esta infernal explotación. Y ya resulta muy amarga esta verdad a pesar de todos los “avances” en materia de derechos de los que tanto presumimos en este País, como para tolerar que demos un paso atrás concediendo como se está haciendo, certificaciones Halal que acreditan en España a Centros de sacrificio animal para acabar con su vida según este Rito, al igual que se están habilitando zonas con este fin en importantes empresas nacionales para que con total impunidad, los practicantes de esta costumbre puedan degollar a sus animales con plena conciencia y someterlos a una muerte lenta.
Ninguna religión, ningún interés económico y ninguna supuesta hermandad de culturas puede ser la disculpa para institucionalizar la tortura. La solidaridad con los Pueblos y el respeto a sus costumbres, algo necesario y enriquecedor, no se debe de traducir en legitimar la crueldad porque ésta forme parte de su acervo. Esta “Globalización sangrienta” lo único que puede conseguir es retrotraernos al salvajismo y echar por tierra el trabajo de gran número de personas y el deseo de muchas más, de alcanzar una Sociedad más justa en la que cualquier tipo de violencia o abuso sobre otros seres sea prohibida y condenada sin que quepan justificaciones o exenciones de ningún tipo.