El toro clonado
archivado en:
Artículos
Rafael Torres
Puestos a clonar, extraigamos el ADN de los restos de don Miguel de Cervantes, a ver si nos escribe otro "Quijote". ¿O sería el mismo? No importa: si cada vez que se relee esa extraordinaria novela de novelas aparece ante nuestros ojos un libro distinto, mejor aún si cabe, ¿no gozaría también de esa prodigiosa facultad su reescritura? Humm... Nos perdemos. Con esto de la clonación, de la fotocopia de la vida, nos perdemos, no estamos hechos al remedo exacto de lo irrepetible. ¿Y si, para resucitar la emoción perdida del fútbol, clonáramos a la Saeta Rubia, aquél Di Stéfano joven que se fumaba un pitillo en los descansos para recuperar el resuello, o al pequeño y velocísimo Gento, o a José Eulogio Gárate, el exquisito caballero, o a Cruyff, mitad antílope, mitad gacela? ¿Y si, tras una noche de amor maravillosa, pudiéramos repetirla a voluntad por haberla clonado? Sabíamos que el hombre ha soñado siempre con crear la Naturaleza (de ese sueño nació dios), pero no podíamos imaginar que el muy borrico acabara conformándose con su copia.
La clonación, eso que empezó siendo cosa de ovejas, ha llegado, al parecer, al toro bravo, ese que en España se cría para que la gente se divierta asistiendo a su suplicio y al excitante albur de que, en su agonía, cornee al torero. Se trata, en el fondo, de encontrar un bicho que reúna las condiciones idóneas para la lidia para poder torearlo constantemente. El plan es que haya sólo un toro y torear sus fotocopias, y así, según el plan de los que andan en el invento, el consumidor tendría garantizada la corrida perfecta. Pero, ¿y el torero? Porque habría que clonar también al torero, a Enrique Ponce por ejemplo, para que no desentonara con el animal y que no se fuera todo a hacer puñetas. ¿Y por qué no clonar la bondadosa y culta sensibilidad de alguien bueno, cultivado y sensible, transfundírsela a los aficionados, y acabar de una santa vez con esa masacre de la Tauromaquia?
Puestos a clonar, extraigamos el ADN de los restos de don Miguel de Cervantes, a ver si nos escribe otro "Quijote". ¿O sería el mismo? No importa: si cada vez que se relee esa extraordinaria novela de novelas aparece ante nuestros ojos un libro distinto, mejor aún si cabe, ¿no gozaría también de esa prodigiosa facultad su reescritura? Humm... Nos perdemos. Con esto de la clonación, de la fotocopia de la vida, nos perdemos, no estamos hechos al remedo exacto de lo irrepetible. ¿Y si, para resucitar la emoción perdida del fútbol, clonáramos a la Saeta Rubia, aquél Di Stéfano joven que se fumaba un pitillo en los descansos para recuperar el resuello, o al pequeño y velocísimo Gento, o a José Eulogio Gárate, el exquisito caballero, o a Cruyff, mitad antílope, mitad gacela? ¿Y si, tras una noche de amor maravillosa, pudiéramos repetirla a voluntad por haberla clonado? Sabíamos que el hombre ha soñado siempre con crear la Naturaleza (de ese sueño nació dios), pero no podíamos imaginar que el muy borrico acabara conformándose con su copia.
La clonación, eso que empezó siendo cosa de ovejas, ha llegado, al parecer, al toro bravo, ese que en España se cría para que la gente se divierta asistiendo a su suplicio y al excitante albur de que, en su agonía, cornee al torero. Se trata, en el fondo, de encontrar un bicho que reúna las condiciones idóneas para la lidia para poder torearlo constantemente. El plan es que haya sólo un toro y torear sus fotocopias, y así, según el plan de los que andan en el invento, el consumidor tendría garantizada la corrida perfecta. Pero, ¿y el torero? Porque habría que clonar también al torero, a Enrique Ponce por ejemplo, para que no desentonara con el animal y que no se fuera todo a hacer puñetas. ¿Y por qué no clonar la bondadosa y culta sensibilidad de alguien bueno, cultivado y sensible, transfundírsela a los aficionados, y acabar de una santa vez con esa masacre de la Tauromaquia?