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Ellos tampoco lo harían. Artículo de opinión. Luís Miranda.

archivado en:
ABC de Sevilla, 24 de julio 2008.
Ellos tampoco lo harían.
LUIS MIRANDA
AMANECIÓ muerto en Córdoba la semana pasada un hombre que vivía en la indigencia. Le habían ofrecido plaza en un albergue, pero él no se quería separar de sus perros. Cualquiera sabe lo que se le pasaba por la cabeza, pero no es difícil pensar que en la compañía leal y en el cariño incondicional de sus animales había encontrado la ternura y el amor que sus semejantes le habían negado.
Como él viven muchos en las ciudades. Vagan por las calles y suplican dinero con el que pasar el día. Sus perros, que son tranquilos y silenciosos y en los que tantas veces vuelcan más cuidados que en ellos mismos, son los únicos que les miran con admiración y lealtad, los únicos que se sienten felices a su lado, caminando con parsimonia y la cabeza bien alta cuando van camino de un plato caliente al que no harán ascos lleve lo que lleve. No entienden de barreras sociales ni de vergüenzas, no saben lo que es el dinero ni el desprecio y por eso quieren a sus amos como si fueran los mejores del mundo.
Hace unos años, murió otro hombre en un soportal de Sevilla y los que fueron a llevarse el cadáver vieron cómo su perro lloraba y chillaba para que no se llevasen al hombre al que él trataba con título de amigo y adoración ciega.
En estos días se empezarán a multiplicar los terribles relatos de los animales abandonados en las gasolineras, de perros perdidos en las carreteras buscando el rastro de un amo ingrato demasiado egoísta para pensar en quien no le pidió nada por vivir a su lado.
Nadie se acordará, sin embargo, del hombre que rechazaba una cama caliente y un techo a salvo de la lluvia para poder cuidar de sus perros, que le seguían a todas partes y le brindaban un empujón cariñoso a cambio de una caricia o se apretaban a él cuando el frío se calaba en los huesos tanto como no puede imaginarlo quien duerma debajo de unas mantas.
Los reportajes y los anuncios, tan necesarios para acabar con los irresponsables que abandonan a sus mascotas, nunca hablan de las personas que se desviven por sus animales, como tampoco de los buenos maridos que respetan a sus esposas ni de los padres que convierten a sus hijos en personas ejemplares.
José Luis Martín Descalzo, aquel sembrador de razones cuyo espíritu tanta falta hace en la prensa y en la Iglesia de hoy, se quejaba del viejo axioma periodístico que primaba al hombre que mordía al perro antes que aquellos que sacaban a los suyos amorosamente a pasear todos los días. Triste ley según la cual las buenas personas, las que de verdad hacen que el mundo sea un lugar amable y digno, nunca tendrán los cinco minutos de gloria que le sobran a cualquier delincuente.
Hay desaprensivos que tienen a los animales como juguetes, tal vez porque nunca han sentido el latido de su corazón ni la limpia ilusión que llevan en la mirada. Les debería caer encima el peso de la culpa por un comportamiento tan desalmado y tan inhumano, por mucho que se crean superiores a aquellos a los que dejan en la cuneta. Detrás de ellos, sin embargo, hay muchísisimos más ciudadanos honrados que se desviven por sus animales.
Son los que madrugan con las luces del día para sacarlos de paseo, los que desafían a los aguaceros y al frío. Los mismos que se gastan el dinero en operaciones y tratamientos si están enfermos o tienen problemas, porque no les cabe en la cabeza que les pase algo y no hagan todo lo que esté en su mano y un poco más para que sigan alegrándoles la vida todos los días. Los que buscan hoteles y apartamentos para que pasen las vacaciones con ellos o los dejan en una residencia en la que tengan los mejores cuidados hasta que vuelvan de viaje.
Como en aquel anuncio, ellos tampoco lo harían. Se cortarían las manos antes que abandonar a su perro, a su gato, a su pájaro. Comerían la mitad para que él tuviera algo que llevarse a la boca y pasarían el verano en una cueva sin aire acondicionado si la otra opción fuese dejar tirado a ese ser vivo sin cuyo cálido aliento la vida sería un poco más dura.

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