La caza del ´bermejo´. Pilar Rahola.
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Artículos
La Vanguardia, 22 Febrero 2009.
La caza del ´bermejo´.
En tiempos de crisis profunda, este espectáculo político prepotente resulta altamente vergonzante.
Pilar Rahola | |La zoología no lo reconoce como miembro de ninguna especie. No es un ave, no es un avión ni es Superman, y, desde luego, no está en ningún catálogo cinegético para gloria de los amantes del tiro al ser vivo. No es caza mayor, ni menor, no es un pato, no es un ciervo y tampoco un jabalí, aunque tiene un cierto aire de lobo estepario. Sin ser, pues, miembro ilustre de la zoología, sí pertenece al popular bestiario español, y lo hace con tal precisión que representa, él solito, toda una subespecie. Se trata del bermejo, un ejemplar prototípico de la España cañí que Luis García Berlanga retrató con precisión de cirujano.
Animal político de raza, su tendencia a la bravuconería lo eleva a altas cotas de poder en la manada, donde ejerce el arte del mando, con pública fruición. Es un depredador, y le gusta tanto cazar como hacer alarde de las piezas cazadas, a las que fotografía decapitadas, en pública exhibición de su poderío. Sin duda, es un ejemplar macho, sobrado de testosterona, y que gusta de juntarse con otros depredadores machos para ir de cacería. Últimamente se le ha visto por la jungla del Congreso, sonoramente aplaudido por un nutrido grupo de miembros de su especie, que lo aclamaban al pertinente grito de "¡torero!".
Lejos de censurar sus cacerías furtivas, su gusto por matar animales, su promiscuidad con piezas mayores de la judicatura, su falta de sentido institucional, su poca prudencia y su tendencia a la pelea dialéctica, los de su especie parecen encantados con esas notorias virtudes y lo jalonan para que continúe. El cuerpo a cuerpo es de su agrado, y para la pelea busca a ejemplares parecidos de otra subespecie, cuya variedad cromática pasa del rojo bermejo al azul gaviota, sin por ello diferenciarse demasiado.
Ambas subespecies se gustan tanto que se marean cuando se miran al espejo y dedican largas horas a hablar de sí mismos. Son casi iguales, con una salvedad: los azules tienen una particular tendencia a espiarse, devorarse y cazarse a sí mismos, tanto que, perdidos en emular a Saturno, permiten que el bermejo se escape de todas las dianas. Unos y otros son cazadores cazados, de ahí que su pólvora esté tan mojada que no sirva ni para el tiro al plato. Pero protagonizan un espectáculo ruidoso y colorista, cuyos graznidos y aleteos entretienen a los leones del Congreso.
¿Son igual de divertidos para el resto de especies de la selva? Porque fuera del Parlamento, se vive a la intemperie, y a diferencia de estas piezas mayores, bien alojadas en sus protegidas cuevas y dedicadas al tétrico divertimento cinegético, el resto de miembros del bestiario sólo puede dedicarse a la caza del sueldo diario. En tiempos de crisis profunda, con las cifras del paro dinamitando las estadísticas y con tantas pymes y autónomos luchando por su supervivencia, este espectáculo político prepotente y gremialista resulta altamente vergonzante. ¿De qué se ríen sus señorías? ¿A qué aplauden sus excelentísimos? ¿A qué dedican ese tiempo libre que parece ser su tiempo parlamentario? Porque no da la impresión de que las cosas estén para aplaudir, ni menos para matarse a carcajadas.
Mientras se caza en la selva de la política, en la estepa van secándose al sol todas las vergüenzas: un ministro de Justicia incumple alegremente la ley, caza sin licencia, y dice que fue un olvido; ese mismo ministro de Justicia, que por supuesto no dimite, se gasta una pasta gansa yéndose, de juerga caceril, con el juez que lleva un presunto caso de corrupción del primer partido de la oposición; dicho partido opositor está tan encharcado en el fango de su pesada herencia aznariana, que se pierde entre Mortadelos y ladrillos con comisión y deviene inútil para opositar; ese mismo fango sirve como coartada gubernamental para no hablar de la crisis, no asumir sus responsabilidades y, por el camino, salvar de sus miserias al ministro cazador; y, finalmente, todos se ríen de sus gracias, lo cual no hace puñetera gracia al sufrido personal. Y es que ya lo dijo Ortega y Gasset, con perdón del filósofo: "Ser de la izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil".
La caza del ´bermejo´.
En tiempos de crisis profunda, este espectáculo político prepotente resulta altamente vergonzante.
Pilar Rahola | |La zoología no lo reconoce como miembro de ninguna especie. No es un ave, no es un avión ni es Superman, y, desde luego, no está en ningún catálogo cinegético para gloria de los amantes del tiro al ser vivo. No es caza mayor, ni menor, no es un pato, no es un ciervo y tampoco un jabalí, aunque tiene un cierto aire de lobo estepario. Sin ser, pues, miembro ilustre de la zoología, sí pertenece al popular bestiario español, y lo hace con tal precisión que representa, él solito, toda una subespecie. Se trata del bermejo, un ejemplar prototípico de la España cañí que Luis García Berlanga retrató con precisión de cirujano.
Animal político de raza, su tendencia a la bravuconería lo eleva a altas cotas de poder en la manada, donde ejerce el arte del mando, con pública fruición. Es un depredador, y le gusta tanto cazar como hacer alarde de las piezas cazadas, a las que fotografía decapitadas, en pública exhibición de su poderío. Sin duda, es un ejemplar macho, sobrado de testosterona, y que gusta de juntarse con otros depredadores machos para ir de cacería. Últimamente se le ha visto por la jungla del Congreso, sonoramente aplaudido por un nutrido grupo de miembros de su especie, que lo aclamaban al pertinente grito de "¡torero!".
Lejos de censurar sus cacerías furtivas, su gusto por matar animales, su promiscuidad con piezas mayores de la judicatura, su falta de sentido institucional, su poca prudencia y su tendencia a la pelea dialéctica, los de su especie parecen encantados con esas notorias virtudes y lo jalonan para que continúe. El cuerpo a cuerpo es de su agrado, y para la pelea busca a ejemplares parecidos de otra subespecie, cuya variedad cromática pasa del rojo bermejo al azul gaviota, sin por ello diferenciarse demasiado.
Ambas subespecies se gustan tanto que se marean cuando se miran al espejo y dedican largas horas a hablar de sí mismos. Son casi iguales, con una salvedad: los azules tienen una particular tendencia a espiarse, devorarse y cazarse a sí mismos, tanto que, perdidos en emular a Saturno, permiten que el bermejo se escape de todas las dianas. Unos y otros son cazadores cazados, de ahí que su pólvora esté tan mojada que no sirva ni para el tiro al plato. Pero protagonizan un espectáculo ruidoso y colorista, cuyos graznidos y aleteos entretienen a los leones del Congreso.
¿Son igual de divertidos para el resto de especies de la selva? Porque fuera del Parlamento, se vive a la intemperie, y a diferencia de estas piezas mayores, bien alojadas en sus protegidas cuevas y dedicadas al tétrico divertimento cinegético, el resto de miembros del bestiario sólo puede dedicarse a la caza del sueldo diario. En tiempos de crisis profunda, con las cifras del paro dinamitando las estadísticas y con tantas pymes y autónomos luchando por su supervivencia, este espectáculo político prepotente y gremialista resulta altamente vergonzante. ¿De qué se ríen sus señorías? ¿A qué aplauden sus excelentísimos? ¿A qué dedican ese tiempo libre que parece ser su tiempo parlamentario? Porque no da la impresión de que las cosas estén para aplaudir, ni menos para matarse a carcajadas.
Mientras se caza en la selva de la política, en la estepa van secándose al sol todas las vergüenzas: un ministro de Justicia incumple alegremente la ley, caza sin licencia, y dice que fue un olvido; ese mismo ministro de Justicia, que por supuesto no dimite, se gasta una pasta gansa yéndose, de juerga caceril, con el juez que lleva un presunto caso de corrupción del primer partido de la oposición; dicho partido opositor está tan encharcado en el fango de su pesada herencia aznariana, que se pierde entre Mortadelos y ladrillos con comisión y deviene inútil para opositar; ese mismo fango sirve como coartada gubernamental para no hablar de la crisis, no asumir sus responsabilidades y, por el camino, salvar de sus miserias al ministro cazador; y, finalmente, todos se ríen de sus gracias, lo cual no hace puñetera gracia al sufrido personal. Y es que ya lo dijo Ortega y Gasset, con perdón del filósofo: "Ser de la izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil".