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La sangre de la canícula. Alvaro Otero.

archivado en:
La Opinión de La Coruña, 8 de julio 2009.
La sangre de la canícula.
ÁLVARO OTERO Con la llegada del verano, algunos pueblos de España, hey, se entregan con verdadera pasión a una suerte de atávica atracción, de origen medieval-testicular, por el gran espectáculo del sufrimiento animal. Tiempo goyesco de toros perseguidos, patos degollados, cabras volantes, campanarios de sangre. La desbordante imaginación de los ritos recuerda a esas exposiciones sobre los instrumentos de tortura de la Inquisición, y demuestra que, cuando se trata de hacer daño al prójimo, aunque el prójimo sea una vaquilla, hasta el más tonto es creativo. Esta, digámoslo así, temporada de los horrores estivales se abre a finales de junio en el pueblo cacereño de Coria con el Toro de San Juan. El animal corre intramuros mientras la gente le lanza los soplillos, gruesos alfileres que se le clavan en la piel. Es como jugar a los dardos, pero a lo bestia, y cuando el toro ya agoniza, y por tanto pierde su gracia como palpitante diana móvil, lo matan pegándole un tiro. Como la fiesta "está documentada desde el siglo XIII", hace ya tiempo que la declararon de Interés Turístico. La coartada histórica es típica de estos festejos. Siempre hay un cronista local, epígono de esos intelectuales que siempre ha estado ahí para justificar desde el antisemitismo hasta el apartheid, dispuesto a desempolvar antiguos legajos municipales con los que dar pedigrí al soplillo, a la lanza, al desvarío. Y, en fin, lo mismo que comienza la temporada con la bacanal de sangre cacereña, termina en la segunda semana de septiembre en Tordesillas con el Toro de la Vega. Conocida antes, más bien, por ser sede y dar nombre al tratado que en 1494 decidió el reparto del Nuevo Mundo entre España y Portugal, Tordesillas ha pasado a serlo por su persistencia en mantener el salvaje espectáculo del Alanceamiento del Toro, en el que una multitud enardecida, a caballo y a pie, envuelta en una nube de polvo y alaridos, persigue y alancea el animal hasta la muerte. Las protestas, cada año, llegan desde medio mundo e inundan la Red, pero lo único que han conseguido es que al valiente que remata al toro ya no se le permita cortarle los testículos, ensartarlos en la punta de su lanza y pasearse de esa guisa, ufano, por las calles del pueblo. Y este Alanceamiento es, también, otro ejemplo de cómo un delito penal tipificado -como es el del maltrato animal- se diluye en su dimensión pública cuando es toda una localidad, con su orgullosa alcaldesa al frente, quien lo alienta y ejecuta. Tiempo de verano, tiempo de sangre. De nuevo, la frase de don Quijote, tantas veces citada aquí, viene a cuento como un guante: Cosas veredes, querido Sancho, que te harán caer del caballo. Y tanto.



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