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La tortura de un animal, un "hecho cultural" para un parlamentario catalán Julio Ortega Fraile

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Noticia:http://www.xornal.com/article.php?sid=20090204164650

(Miércoles, 04 de febrero de 2009)

“Hecho cultural taurino”. ¡Ahí es nada!. Sr. David Pérez Ibáñez, perifrástico miembro - ¿debería decir “representante fálico del noreste ibérico?” – del Parlamento Catalán. Lo suyo no es la política hombre, es la literatura sin duda, porque en mi tonta existencia, siempre ocupado en fabricar artefactos explosivos con apariencia de hamburguesa de tofu y fumando cannabis por la abertura de mi pasamontañas verde, nunca había escuchado un circunloquio tan conseguido y ajustado. Es Vd. como la Real Academia Española: “Limpia, fija y da esplendor”, porque con su gallarda retórica y empleando únicamente una figura literaria, ha logrado que de la arena del ruedo desaparezcan la sangre del toro, los humores expulsados con su vómito durante la agonía, las posibles vísceras que suyas o del caballo del rejoneador hayan quedado esparcidas y acáso, si el diestro es un poco desmañado, la oreja del astado que se le haya caído después de cortársela.

Claro, que si su acervo lingüístico es inconmensurable y apabullante Don David, lo profundo y certero de su razonamiento filosófico haría congestionarse de envidia a todos los pensadores que en la Historia han sido, desde Sócrates hasta Gustavo Bueno, porque no hay axioma en los anales de la ética que igualen lo lúcido, evidente y certero de su afirmación, toda una síntesis magistral del aspecto metafísico, gnoseológico y ontológico de esta discusión cuando afirma que: “Quienes quieren prohibir la Fiesta de los toros no son moralmente superiores a los aficionados, son inquisidores”. ¡Ay Sr. Pérez!, yo que hasta ayer tenía por máximo erudito en esta materia a D. Enrique Múgica, Defensor del Pueblo - bueno, de una parte al menos - cuando aseguró que los que estaban en contra de las corridas de toros eran “tontos” y ahora viene Vd. a arrebatarle ese puesto en mi Olimpo particular a su compañero de Partido. Pero no se preocupe, que él lo comprenderá porque nadie puede negarle la razón absoluta hombre, que nada más parecido a Tomás de Torquemada ordenando que un reo fuese llevado a “la cuna de Judas” o a “la rueda” y que ardiese en la hoguera finalmente, que un ciudadano exigiendo el fin de la tauromaquia al considerar intolerable que un animal sea martirizado y asesinado y que eso ocurra, porque resulta entretenido y lucrativo para unos cuantos. Si es que hay que ser muy zoquete para no darse cuenta de que enarbolar una pancarta en la que se lea: “La tortura no puede ser una diversión”, es como ir moviendo la sierra para cortar poco a poco al convicto colgado boca abajo, empezando por la entrepierna y abandonando la tarea entre el ombligo y el pecho, que es cuando solían morir; qué casualidad, igual que en las corridas, que se terminan cuando el toro ni siente ni padece y el asunto deja de tener gracia.

Menos mal que ante tanto despropósito de estos particulares y despiadados jueces medievales que son los defensores de los animales, siempre hay un colega suyo, en este caso portugués, que habló en el mismo Foro de “la falsa moral que equipara los derechos de los animales con los de los hombres”. Menuda sandez pretender que los seres irracionales, por muy superiores que sean, no deban de ser sometidos a padecimientos físicos hasta la muerte para que disfruten un ratito los humanos, ¿a dónde vamos a ir a parar con tantas contemplaciones con esas bestias inmundas?, nada de bienestar ni de zarandajas por el estilo y a seguir como hasta ahora, que lo realmente edificante y educativo es coger una pica, unas banderillas, una espada y una puntilla, entregárselas a unos hombres muy bragados y que éstos las vayan introduciendo una a una en el cuerpo del animal y enaltecer con tal acto a la raza humana, porque sin armas no hay “hecho”, sin sangre no hay “cultura” y sin toro, Sr. Parlamentario, no hay “hecho cultural taurino”. El bóvido siente un dolor inmenso, luego agoniza y al fin muere, pero todo eso no importa; hay muchos más para repetir una y otra vez esas “suertes”, ¡será por toros!, que no van a faltar mientras haya ganaderos altruistas y ecologistas perdiendo dinero a raudales por conservar las dehesas. A quien realmente hay que cuidar es al Sr. David Pérez, que políticos literatos y filósofos sólo hay uno: él.

Tan memorable episodio protagonizado por este excelso estadista catalán - que debe de estar un poquitín molesto por la buena marcha en esa Comunidad de la Iniciativa Legislativa Popular para la abolición de la Tauromaquia, un Proyecto ampliamente respaldado por muy diferentes sectores y colectivos de la Sociedad - tuvo lugar hace pocos días en el “Forum Mundial de la Cultura Taurina” – ufff, ¿recuerdan cuando Franco llamó a sus crímenes “Gran Cruzada espiritual y cultural? – celebrado en Las Azores, unas Islas que lo mismo valen para planear el asesinato de miles de civiles buscando armas de mentirijillas, que para justificar el padecimiento y muerte de infinidad de toros con términos como: arte, tradición, ilustración o pedagogía. Total, quienes planifican tales acciones nunca mueren en las mismas. Para ellos es como jugar una partida de marcianitos, sólo que los alienígenas eliminados son seres vivos con capacidad para sufrir física y psíquicamente, pero estos tecnócratas de la exterminación no reparan en ese detalle; los consideran monigotes prescindibles que les pueden ayudar a conseguir bonos para incrementar su patrimonio y créditos para alargar en lo posible su posesión de la maquinita.

Lo de comparar a los antitaurinos con inquisidores merece ser analizado con más detenimiento. Veamos: los abolicionistas, individuos retorcidos y maldicientes donde los haya, se suelen reunir en habitaciones para organizar sus protestas rodeados de folletos en los que se explica cómo son las heridas que al toro se le van causando durante la faena y su agonía lenta y dolorosa; de pósters en los que se puede contemplar a un toro tumbado en la arena, con sangre brotando de su boca y a su lado, un torero sonriente y orgulloso mostrando al respetable una oreja del animal; de carteles pidiendo el fin de las corridas de toros; de fotografías con galgos ahorcados por cazadores, visones despellejados por la industria peletera, cinco gallinas ponedoras encerradas día y noche en una jaula del tamaño de un microondas, o a un antiguo y notable militante del Partido Popular de Talavera con un racimo de gatos que previamente ha matado colgando de su mano y mostrándolo muy satisfecho por su proeza – supongo Sr. Pérez que verá Vd. muy mal que un colaborador de Grupo conservador asesine gatos para divertirse, una acción muy fea que nada tiene que ver con que un político socialista promueva y defienda la matanza de toros para entretenerse -. A lo que íbamos, que esa caterva de ecologistas animalistas confabula en un entorno dantesco que recuerda a los Tribunales de la Inquisición, a sus prisiones, a las salas en las que se le aplicaba a los condenados todo tipo de torturas espantosas y a los patíbulos donde a garrote o fuego se les ultimaba. En el otro extremo de un paisaje tan siniestro con personajes patibularios como los de la Inquisición o los defensores de los animales, tenemos la luz, la hermosura, la gracia, la dulzura y la virtud del mundo taurino. Empezando por las idílicas dehesas, en las que nacen toros tras continuas modificaciones genéticas para conseguir la “bravura”, vamos, lo que los ganaderos llaman raza y los detractores experimentos de laboratorio; después se selecciona a los válidos, los que tienen el trapío adecuado mediante un pequeño adelanto de lo que les espera en la plaza y aquellos que se desechan, la mayoría, son sacrificados, los elegidos vivirán unos años plácidamente en ese verde corredor de la muerte. Siguiendo por ese gratificante recorrido nos encontramos con que les va llegando la hora y su destino depende de la catalogación de sus rasgos, actitudes y reacciones; así algunos van a servir de objeto para el jolgorio popular en tradiciones como el Toro de la Vega, el de Coria, el Júbilo de Medinaceli, el Enmaromado o los múltiples embolados de que gozamos en este País. Y el resto al ruedo, pero antes de salir este noble arte requiere a menudo “poner a punto al animal”, por eso de que el torero tiene familia y quiere regresar enterito a su casa, con lo que utilizan los consabidos métodos para que salte a la arena un poco perjudicado: afeitado de cuernos, bolitas para la nariz, agujitas para los testículos, irritantes para los ojos, golpes y aturdimientos varios, etc. Después lo que ya vemos todos, el enriquecedor espectáculo que anhela la afición y que a menudo emiten ciertos medios, sin acercar mucho la cámara eso sí, no vaya a ser que nos demos cuenta de lo enorme y terrible de las heridas del animal. Tras vértebras rotas, vísceras atravesadas y ahogos sanguinolentos varios, el toro muere y el torero cobra. Ahora díganme si nuestro garboso parlamentario no tiene mucha razón al decir que la actitud de los abolicionistas es inquisitorial y al defender a un tiempo “a capa y espada” el toreo, una Fiesta que por métodos y resultados es lo más lejano que existe a las prácticas del Santo Oficio.

Sr. David Pérez, déjeme concluir explicándole algo. Su actitud queriendo presentar a los que luchan contra el maltrato animal como seres antisociales y peligrosos, la de su colega Enrique Múgica tratándolos de idiotas, la de algunos periodistas que los satanizan para “crear” opinión, la de los cazadores que mientras aseguran ser ellos los mayores conservacionistas los tachan de terroristas, o la de los taurófilos asegurando que pretenden robarle a España la “Fiesta más culta”, no es una estrategia nueva ni mucho menos. Hace ya unas décadas, cuando comenzaron los movimientos de defensa del Medio Ambiente, lo que por supuesto incluye a los animales, se empleó la táctica por parte de los detractores a esta nueva corriente de sembrar entre los ciudadanos el miedo a su presencia; cuanta más relevancia tenían sus reivindicaciones más se recrudecían las acusaciones de que eran unos fascistas, fanáticos, saboteadores y que su activismo no era más que una forma de terrorismo. Y es muy habitual desde entonces desacreditarlos presentando como propia la idea del ecologismo pero sin los ecologistas; es decir, los de la escopeta y los cartuchos afirman que son los que más aman al campo y a los animales, aunque luego contaminen uno y maten a los otros; los taurinos hacen lo propio y aseguran que sin ellos no habría toro bravo – pero tendríamos toros concebidos de modo natural y ninguno sería torturado -. Resumiendo, que no sé si escocido por la ILP en Cataluña o preocupado por si se queda sin su ración periódica de descabellos y rabos cortados, se nos ha ido allende los mares Sr. Pérez Ibáñez para desde una reunión de probos matarifes y honorables aficionados, explicar lo cultos que son los que torturan y matan y lo terribles y malignos que son los que piden no se cometan actos tan abominables. Qué quiere que le diga, su línea de defensa de la tauromaquia se basa en dos argucias antiguas y mezquinas: decir que Ustedes aman más que nadie al toro y afirmar que los animalistas son una especie de delincuentes. Cuando ambas se tambalean – y lo hacen al primer soplo de la razón – entonces recurren a pedir respeto para su opción. Pero no pueden hablar de tolerancia hacia la tauromaquia Parlamentario David, ¿sabe por qué?, pues porque el primer respeto que debemos a todo ser es el de no acabar con el más fundamental de sus derechos: la vida, y menos para que unos cuantos, como Vd., se “echen unas risas”.

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