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Los animales arcangélicos rezan contra la Palin. Opinión. Maria Luísa Mendoza.
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Artículos
EXonline, 18 Octubre 2008.
Los animales, esos seres mudos de Dios nuestro Señor, eternos sufrientes textualmente “sin fin por el planeta”, inocentes peludos o no, privados de la sonrisa —que no de las lágrimas— de la ingratitud, algunos de la memoria, llenos de inteligencia y lealtad, de irrevocable dignidad, grandotes, chiquitos, orejones, ágiles o casi sedentarios como yo, en fin, los emigrantes del paraíso terrenal, los voladores, nadadores, corredores, los prisioneros políticos de los zoológicos, los mártires de los laboratorios asesinos, más crueles que Guantánamo, en fin, los niños disfrazados de perros, los míos, durmiendo a los pies de mi cama y soñando con hipotéticos campitos que los hacen ladrar y mover las patas o quejarse porque en el sueño me he muerto; o los de afuera de las carnicerías, de dentro de las tiendas pequeñas y elegantes en el extranjero, los gatos meditabundos de restaurantes, los por ley rigiendo en los teatros y cines.
A veces creo en mi corazón sin un pedazo o doblemente servido como un barquillo con dos bolas, dada mi tendencia al sufrimiento y al aumento amoroso ante el intolerable maltrato o la consabida extinción animal.
Ahora debo alzar mi inútil voz frente al “nuevo zapatito, ¿dónde te pondré?”, la señora Sarah Palin, desafortunadamente avocada a ser la presidenta de Estados Unidos, dada la vejez del ancianuco McCain, todavía —y que así sea sólo— candidato. Él llama la atención, no nada más por su grandilocuencia derechista, sino por su cabeza extraña con las sienes aplastadas y una peregrinación de arrugas de aupa. Ella sí muy modosita, apareció constelada de hijos y nietos, un secundario marido estupefacto, peinada la gobernadora con extrema sencillez, casi fodonga. Ya entró a la moda del pelo lacio, pero su desagradable presencia sigue chocando. Principalmente por la aparición incesante de datos biográficos espeluznantes. Basta con saber de su apoyo a la sociedad silenciosa gringa poseedora del rifle, con el cual caza no únicamente animales sino espaldas mojadas, ilegales de toda América Latina. Además, ha sabídose la cacería de alces y ciervos rojos y, en su última estancia en el gobierno de Alaska, le pareció magnánimo despedirse permitiendo y alentando, además de premiar, la extinción total de los lobos, “los señores de la noche” que diría el conde Frankenstein. Los lobos, hechos por el creador para algo importante de la ecología, son cazados —vuelve la burra al trigo— desde avionetas que los persiguen con facilidad distinguiéndose en la nieve. Me imagino a la Palin echando discursos incendiarios junto a un iglú, contemplada por algunos humanos vestidos con pieles y rostros quemados por las heladas y la belleza sinfónica de las auroras boreales. Lo único bueno de la ex alaskeña es cómo subieron las muchas cualidades depositadas en el hombre negro, Obama, hermoso animal, con un concierto corporal bien afinado, joven y brillante, el primerito descendiente de la raza del Tío Tom y de Luther King, bruñido, ágil, la gran esperanza inútil, claro, del mundo, quien le está poniendo las peras a 25 a la pareja de marras. Estamos ante la gran prueba de Norteamérica, la contemplamos en ascuas, asustados ante el gran rifle de los racistas… Si los animales rezan, sus plegarias están vivas ante la corte celestial.
Si se muere el candidatote, sube esta mujer sin alma a hacernos más pronto talco, como está dictaminado por Nostradamus. El declive acelerado de la biodiversidad nos alerta, a algunos, del fin del mundo. La maldad pudo más, las Palin del planeta, los Bush, los “Joes” de cualquier lugar (aquel bruto de una película vieja, prototipo del derechoso ignorante y delincuente). Si un niño de siete años arrojó varios animales pequeños a un cocodrilo y a continuación mató a pedradas a lagartos testigos de la orgía, todo en un zoo de Sydney, Australia, donde la caza generalmente es contra los canguros bolsones (la criatura mató esa tierna mañana a trece animales), ¿qué podemos esperar? Que no se nos olvide que la Palin luchó por el triunfo de firmas multinacionales como la ExxonMobil para matar y matar cada vez más a los osos de Alaska, que sobreviven en un cacho de hielo en medio del deshielo de las aguas calentadas. ¿Esta mujer será el Anticristo que disolverá el planeta con el rifle al hombro?
Los animales, esos seres mudos de Dios nuestro Señor, eternos sufrientes textualmente “sin fin por el planeta”, inocentes peludos o no, privados de la sonrisa —que no de las lágrimas— de la ingratitud, algunos de la memoria, llenos de inteligencia y lealtad, de irrevocable dignidad, grandotes, chiquitos, orejones, ágiles o casi sedentarios como yo, en fin, los emigrantes del paraíso terrenal, los voladores, nadadores, corredores, los prisioneros políticos de los zoológicos, los mártires de los laboratorios asesinos, más crueles que Guantánamo, en fin, los niños disfrazados de perros, los míos, durmiendo a los pies de mi cama y soñando con hipotéticos campitos que los hacen ladrar y mover las patas o quejarse porque en el sueño me he muerto; o los de afuera de las carnicerías, de dentro de las tiendas pequeñas y elegantes en el extranjero, los gatos meditabundos de restaurantes, los por ley rigiendo en los teatros y cines.
A veces creo en mi corazón sin un pedazo o doblemente servido como un barquillo con dos bolas, dada mi tendencia al sufrimiento y al aumento amoroso ante el intolerable maltrato o la consabida extinción animal.
Ahora debo alzar mi inútil voz frente al “nuevo zapatito, ¿dónde te pondré?”, la señora Sarah Palin, desafortunadamente avocada a ser la presidenta de Estados Unidos, dada la vejez del ancianuco McCain, todavía —y que así sea sólo— candidato. Él llama la atención, no nada más por su grandilocuencia derechista, sino por su cabeza extraña con las sienes aplastadas y una peregrinación de arrugas de aupa. Ella sí muy modosita, apareció constelada de hijos y nietos, un secundario marido estupefacto, peinada la gobernadora con extrema sencillez, casi fodonga. Ya entró a la moda del pelo lacio, pero su desagradable presencia sigue chocando. Principalmente por la aparición incesante de datos biográficos espeluznantes. Basta con saber de su apoyo a la sociedad silenciosa gringa poseedora del rifle, con el cual caza no únicamente animales sino espaldas mojadas, ilegales de toda América Latina. Además, ha sabídose la cacería de alces y ciervos rojos y, en su última estancia en el gobierno de Alaska, le pareció magnánimo despedirse permitiendo y alentando, además de premiar, la extinción total de los lobos, “los señores de la noche” que diría el conde Frankenstein. Los lobos, hechos por el creador para algo importante de la ecología, son cazados —vuelve la burra al trigo— desde avionetas que los persiguen con facilidad distinguiéndose en la nieve. Me imagino a la Palin echando discursos incendiarios junto a un iglú, contemplada por algunos humanos vestidos con pieles y rostros quemados por las heladas y la belleza sinfónica de las auroras boreales. Lo único bueno de la ex alaskeña es cómo subieron las muchas cualidades depositadas en el hombre negro, Obama, hermoso animal, con un concierto corporal bien afinado, joven y brillante, el primerito descendiente de la raza del Tío Tom y de Luther King, bruñido, ágil, la gran esperanza inútil, claro, del mundo, quien le está poniendo las peras a 25 a la pareja de marras. Estamos ante la gran prueba de Norteamérica, la contemplamos en ascuas, asustados ante el gran rifle de los racistas… Si los animales rezan, sus plegarias están vivas ante la corte celestial.
Si se muere el candidatote, sube esta mujer sin alma a hacernos más pronto talco, como está dictaminado por Nostradamus. El declive acelerado de la biodiversidad nos alerta, a algunos, del fin del mundo. La maldad pudo más, las Palin del planeta, los Bush, los “Joes” de cualquier lugar (aquel bruto de una película vieja, prototipo del derechoso ignorante y delincuente). Si un niño de siete años arrojó varios animales pequeños a un cocodrilo y a continuación mató a pedradas a lagartos testigos de la orgía, todo en un zoo de Sydney, Australia, donde la caza generalmente es contra los canguros bolsones (la criatura mató esa tierna mañana a trece animales), ¿qué podemos esperar? Que no se nos olvide que la Palin luchó por el triunfo de firmas multinacionales como la ExxonMobil para matar y matar cada vez más a los osos de Alaska, que sobreviven en un cacho de hielo en medio del deshielo de las aguas calentadas. ¿Esta mujer será el Anticristo que disolverá el planeta con el rifle al hombro?
