Maltrato de animales, por José Ibarrola
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PROBABLEMENTE, si un animal pudiera elegir su nacionalidad sospecho que la española no estaría entre las predilectas en su ficticio catálogo y a los hechos me remito.
JOSÉ IBARROLA , IDEAL - ALMERIA 29/07/2005
En un país donde hay mucha vida, la del animal apenas importa. Es más, la defensa de estos seres que nos rodean casi siempre ha sido considerada como tarea de aburridas señoras de la tercera edad que nada mejor tienen que hacer, o bien, acciones idealistas de cuatro ecologistas nada dispuestos a ser engullidos por el sistema. Por tanto, la lucha sistemática, social, legal, gubernamental y mediática contra el maltrato de los animales, en general, es aún meramente testimonial, aunque, bien por la presión internacional, o por un mayor avance en la mentalidad del español medio, las cosas están comenzando a cambiar, incluso a nivel legislativo, si bien con mucha lentitud y desgana.
Pero no es de extrañar que el avance aún sea lento en un país que hace de la tortura y el sacrificio de un animal su fiesta nacional, celebrada por la España oficial y la no oficial, aplaudida por monarcas y políticos. Lógicamente -sería demencial si así no fuera- entre estos colectivos existen honorables excepciones.
Para mi tengo que en España no se persigue, jurídicamente, con demasiado entusiasmo el maltrato, linchamiento y aniquilación de animales -sean domésticos o no- por la incoherencia que supondría disponer de normas severas en incoherente convivencia con la preservación de la fiesta, ya que de existir estas normas, una interpretación jurídica sensata podría dar con la fiesta al traste. Aquí no voy a polemizar con los amantes de las corridas de toros, aunque siempre defenderé el destino de este animal, que en absoluto ha nacido -es cínico afírmalo- para morir como habitualmente muere. Comprendo -aunque sé que jamás lo compartiré- que existan personas que observen arte en los movimientos del torero, pero nunca dejaré de denunciar desde la tribuna que me lo facilite, la vejación, tortura y aniquilación de este animal que ninguna vela tendría que tener en su propio entierro.
Pero al margen de la fiesta, nada es demasiado distinto en la sociedad. No hace mucho, en este mismo periódico, se informaba de la pírrica multa que recaía sobre una persona residente en el pueblo granadino por matar al gato de un vecino. Con la muerte del gato no solamente sesgó la vida de un animal, sino que acabó con la ilusión del dueño o dueños, que no en pocas noches de insomnio han podido buscar con su mano el blando lomo del felino e incluso -instintivamente- seguir proveyéndolo de comida y demás sustento. Sesgando la vida del animal doméstico, de alguna manera se atenta contra un determinado orden natural, al tiempo que emerge un tipo de ser al que la ley considera delincuente (¿alegaría defensa propia?), tan sólo, desde el uno de octubre de 2004, en virtud de la reforma del año 2003 del Código Penal de 1995. No obstante la introducción del tipo penal será de difícil aplicación por distintos motivos, uno de los cuales es la falta de sensibilidad que aún impera en Es! paña en este tipo de cuestiones; otro motivo es el que exige el propio tipo penal: que exista ensañamiento e injustificación, elementos éstos que, de no existir, o de existir atenuadamente, seguramente, rebajarían considerablemente la pena. En este aspecto el legislador debería de haber considerado que se puede matar a un animal sin ensañamiento y que, en determinados supuestos, la justificación -ataque, infección- no es motivo suficiente para aniquilar al animal, ya que no hay que olvidar que se trata de animales domésticos -otro de los requisitos del tipo penal- y siempre debe de estar por encima la responsabilidad del dueño que ha de responder por las acciones del animal. De todas maneras el tipo penal se ha cuidado bien de subrayar el maltrato o la muerte del animal doméstico, ya que el resto de los tipos penales inciden en la protección animal -no doméstico- desde el punto de vista ecológico y cinegético, imperando, por tanto, el daño causado al medio ambiente y al equi! librio ecológico -algo que me parece bien-, pero obviando el maltrato y muerte al animal como ser vivo. Por tanto, habrá que ir pensando en domesticar al toro.
En otro orden de cosas -pero, en realidad, en el mismo- es posible que el hipotético lector aún conserve en su retina imágenes contemporáneas relacionadas con el maltrato a los animales. El individuo que dispara a pájaros en el campo porque dice que hace deporte; el que abate un ciervo en el monte porque de esa manera afirma realizar una actividad cinegética y contribuye a el equilibrio natural de la naturaleza. Pero incluso, si hacemos un poco de memoria, sería posible recordar algunas de las escenas recientes de la España profunda tirando cabras por campanarios, mozos de cien kilos colgándose - y desmembrando, claro- el cuerpo de una gallina. No sé, burros maltratados, novillos deambulando por calles inhóspitas perseguidos por una jauría de personas sedientas de no se sabe qué, novillos con fuego en los cuernos, por referirme tan sólo a unos cuantos casos, algunos aún vigentes.
También hay que mencionar los tópicos y típicos abandonos de animales en estas fechas en que divaga el cuerpo y el espíritu, sobre todo de perros, que así recibe su previsible castigo por decantarse por la amistad del hombre. Esos abandonos son ciertos, como ciertas son las personas que abandonan a su can, ése que tantos buenos ratos les hizo pasar a él y a sus hijos en las fechas navideñas, recién llegado a casa, formando parte de la amplia colección de juguetes dispersos por todos los rincones, el mismo que se arremolinaba amable y silencioso a los pies del dueño que buscaba la compañía y la comprensión que no encontraba entre los miembros de su especie, aunque ha cometido un grave error que describe su cruento destino: ha crecido.
En fin, queda todo un camino por andar para conseguir la equiparación jurídica de derechos de aquellos seres vivos que un día admitieron que conviviéramos con ellos.
En un país donde hay mucha vida, la del animal apenas importa. Es más, la defensa de estos seres que nos rodean casi siempre ha sido considerada como tarea de aburridas señoras de la tercera edad que nada mejor tienen que hacer, o bien, acciones idealistas de cuatro ecologistas nada dispuestos a ser engullidos por el sistema. Por tanto, la lucha sistemática, social, legal, gubernamental y mediática contra el maltrato de los animales, en general, es aún meramente testimonial, aunque, bien por la presión internacional, o por un mayor avance en la mentalidad del español medio, las cosas están comenzando a cambiar, incluso a nivel legislativo, si bien con mucha lentitud y desgana.
Pero no es de extrañar que el avance aún sea lento en un país que hace de la tortura y el sacrificio de un animal su fiesta nacional, celebrada por la España oficial y la no oficial, aplaudida por monarcas y políticos. Lógicamente -sería demencial si así no fuera- entre estos colectivos existen honorables excepciones.
Para mi tengo que en España no se persigue, jurídicamente, con demasiado entusiasmo el maltrato, linchamiento y aniquilación de animales -sean domésticos o no- por la incoherencia que supondría disponer de normas severas en incoherente convivencia con la preservación de la fiesta, ya que de existir estas normas, una interpretación jurídica sensata podría dar con la fiesta al traste. Aquí no voy a polemizar con los amantes de las corridas de toros, aunque siempre defenderé el destino de este animal, que en absoluto ha nacido -es cínico afírmalo- para morir como habitualmente muere. Comprendo -aunque sé que jamás lo compartiré- que existan personas que observen arte en los movimientos del torero, pero nunca dejaré de denunciar desde la tribuna que me lo facilite, la vejación, tortura y aniquilación de este animal que ninguna vela tendría que tener en su propio entierro.
Pero al margen de la fiesta, nada es demasiado distinto en la sociedad. No hace mucho, en este mismo periódico, se informaba de la pírrica multa que recaía sobre una persona residente en el pueblo granadino por matar al gato de un vecino. Con la muerte del gato no solamente sesgó la vida de un animal, sino que acabó con la ilusión del dueño o dueños, que no en pocas noches de insomnio han podido buscar con su mano el blando lomo del felino e incluso -instintivamente- seguir proveyéndolo de comida y demás sustento. Sesgando la vida del animal doméstico, de alguna manera se atenta contra un determinado orden natural, al tiempo que emerge un tipo de ser al que la ley considera delincuente (¿alegaría defensa propia?), tan sólo, desde el uno de octubre de 2004, en virtud de la reforma del año 2003 del Código Penal de 1995. No obstante la introducción del tipo penal será de difícil aplicación por distintos motivos, uno de los cuales es la falta de sensibilidad que aún impera en Es! paña en este tipo de cuestiones; otro motivo es el que exige el propio tipo penal: que exista ensañamiento e injustificación, elementos éstos que, de no existir, o de existir atenuadamente, seguramente, rebajarían considerablemente la pena. En este aspecto el legislador debería de haber considerado que se puede matar a un animal sin ensañamiento y que, en determinados supuestos, la justificación -ataque, infección- no es motivo suficiente para aniquilar al animal, ya que no hay que olvidar que se trata de animales domésticos -otro de los requisitos del tipo penal- y siempre debe de estar por encima la responsabilidad del dueño que ha de responder por las acciones del animal. De todas maneras el tipo penal se ha cuidado bien de subrayar el maltrato o la muerte del animal doméstico, ya que el resto de los tipos penales inciden en la protección animal -no doméstico- desde el punto de vista ecológico y cinegético, imperando, por tanto, el daño causado al medio ambiente y al equi! librio ecológico -algo que me parece bien-, pero obviando el maltrato y muerte al animal como ser vivo. Por tanto, habrá que ir pensando en domesticar al toro.
En otro orden de cosas -pero, en realidad, en el mismo- es posible que el hipotético lector aún conserve en su retina imágenes contemporáneas relacionadas con el maltrato a los animales. El individuo que dispara a pájaros en el campo porque dice que hace deporte; el que abate un ciervo en el monte porque de esa manera afirma realizar una actividad cinegética y contribuye a el equilibrio natural de la naturaleza. Pero incluso, si hacemos un poco de memoria, sería posible recordar algunas de las escenas recientes de la España profunda tirando cabras por campanarios, mozos de cien kilos colgándose - y desmembrando, claro- el cuerpo de una gallina. No sé, burros maltratados, novillos deambulando por calles inhóspitas perseguidos por una jauría de personas sedientas de no se sabe qué, novillos con fuego en los cuernos, por referirme tan sólo a unos cuantos casos, algunos aún vigentes.
También hay que mencionar los tópicos y típicos abandonos de animales en estas fechas en que divaga el cuerpo y el espíritu, sobre todo de perros, que así recibe su previsible castigo por decantarse por la amistad del hombre. Esos abandonos son ciertos, como ciertas son las personas que abandonan a su can, ése que tantos buenos ratos les hizo pasar a él y a sus hijos en las fechas navideñas, recién llegado a casa, formando parte de la amplia colección de juguetes dispersos por todos los rincones, el mismo que se arremolinaba amable y silencioso a los pies del dueño que buscaba la compañía y la comprensión que no encontraba entre los miembros de su especie, aunque ha cometido un grave error que describe su cruento destino: ha crecido.
En fin, queda todo un camino por andar para conseguir la equiparación jurídica de derechos de aquellos seres vivos que un día admitieron que conviviéramos con ellos.