Peleas de gallos, una atrocidad legal .Opinión.
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Peleas de gallos, una atrocidad legal
Julio Ortega Fraile.-Viernes, 26 de septiembre de 2008
Yo pensaba que cuando una Comunidad tiene transferida una competencia en determinada área eso le capacita para ampliar o mejorar la legislación estatal sobre la materia respetando una “ley de mínimos”, pero nunca para llevar a cabo un deterioro del amparo legal de quien sea objeto de protección por la misma. Y me estoy refiriendo en concreto al artículo 632 del Código Penal español, donde queda “prohibido maltratar a cualquier animal en un espectáculo no autorizado…” – y en el territorio peninsular las peleas de gallos no están permitidas- y a lo que se contempla en la Ley Canaria 8/1991 de protección de los animales en su párrafo 5.1, que establece el “impedimento de usar animales en peleas, fiestas, espectáculos y otras actividades que conlleven maltrato, crueldad o sufrimiento…” pero, indica la excepción en “el caso de las riñas de gallos en aquellas localidades en que tradicionalmente se hayan venido celebrando”.
No lo comprendo, si en Orense o en Mojácar, seleccionar, criar y someter a dos gallos a un enfrentamiento que normalmente acaba con la muerte de alguno de ellos y en cualquier caso, que tiene como resultado indefectiblemente el que ambos contrincantes resulten heridos, es considerado una costumbre cruel, que implica sufrimiento y calificada de maltrato, ¿por qué en Las Palmas o en Tenerife no lo es?. ¿Los gallos canarios no se duelen de sus heridas?, ¿tienen una fisiología diferente a los que se han criado en Ponferrada?. Algún iluminado dirá que así es y empleando el mismo argumento necio que aquellos que dicen que el toro de lidia ni nota sus tremendas lesiones, afirmará que al gallo de pelea, creado para ese fin, sólo le mueve el instinto de combatir y que ni siente ni padece, añadiendo, como no, que si las peleas se prohíben la raza desaparecerá; exactamente el mismo razonamiento manido e incoherente de los taurófilos. Me remito a las declaraciones de D. José Enrique Zaldívar, veterinario que ha rebatido de forma impecable la tesis de aquellos que mantienen que el toro no sufre, cuando explica que el toro de lidia en rigor, posiblemente no se puede considerar una raza como tal, puesto que es el resultado de cruces artificiales y no está fijado su fenotipo, es decir, no hay dos astados criados para las corridas que sean iguales ni tampoco todos ellos valen para este fin; traslado estos razonamientos al gallo de pelea y nos encontramos con que probablemente, no son raza ni especie y tampoco todos son adecuados para tan sangriento destino, de hecho muchos de ellos son desechados y sacrificados.
Y en cualquier caso, sean aptos o no para el combate la realidad no cambia: son seres vivos, con un sistema nervioso íntegro capacitado para sentir el dolor y por lo tanto, presentarlos en los “reñideros” para que claven el pico y las espuelas en su adversario hasta que uno de ellos caiga moribundo es un hecho repugnante, que a muchos apasiona porque mueve cantidades ingentes de dinero en apuestas clandestinas y que también entusiasma a otros a los que no mueven intereses económicos pero que se excitan con la visión de la sangre. No puedo valorarlo en ambos casos más que como una degeneración, una de ellas producida por una ambición enfermiza y la otra, por una absoluta falta de sensibilidad y un embrutecimiento estremecedor.
El Presidente de la Federación Canaria de Gallística, D. José Luis Martín, además de sumarse al irracional pretexto de que sin peleas la especie desaparecería, manifestaba que a diferencia de las corridas de toros, esta “es una lucha entre animales en las mismas condiciones…”. ¡Valiente disculpa!, se le olvidaba explicar que a comienzos del siglo XIX, personajes con aficiones tan atrabiliarias como la suya, se dedicaron a cruzar gallos hasta obtener estos ejemplares “fabricados” para saciar su sed de la violencia como una forma de diversión y que en todo caso, son criados y presentados como rivales gracias a la intervención del hombre, que dedica medios y recursos para que al fin se pueda celebrar la cruenta ceremonia, metiendo a dos gallos dentro de una jaula para que luchen hasta la muerte. No es la cuestión que sea una liza entre dos seres en igualdad, sino que lo relevante y a la vez repulsivo del asunto, es que un hombre mata a los gallos que estima que no son válidos, cuida y alimenta a aquel que cree idóneo y llegado el momento, lo lleva a un lugar donde hallará la muerte o saldrá malherido, un sitio al que ese animal no habría acudido por sí mismo. ¿Toda esa intervención humana no influye en lo que nos lo quieren presentar como un hecho natural?. Detrás de esas justificaciones sólo hay dinero y una culto aberrante a la crueldad, un antropocentrismo que una vez más, como en el caso de las corridas de toros, nos lleva a tener que reconocer que el hombre ha asumido su pretendida superioridad como una patente de corso para erigirse en dueño y señor de la existencia de otros seres que juzga inferiores, así como en verdugo de los mismos por cosechar beneficios o simplemente, porque le entretiene.
El responsable de la gallera de Arucas se refería al “desconocimiento de los ciudadanos”, manifestando que los detractores de las peleas “sólo se quedan con la sangre” pero que “no conocen los mimos que se dedican a estos animales”. De nuevo me acuerdo de la “vida regalada” del toro de lidia en la dehesa, ¡qué sádica abundancia!, es como el lujoso banquete ofrecido al condenado a muerte la noche anterior a su ejecución, la antesala dorada de un destino espantoso y sobre todo, inútil y evitable.
Y al igual que ocurre con el Toro de la Vega en Tordesillas, donde es prácticamente imposible obtener imágenes de cuando le clavan una y otra vez las lanzas hasta matarlo, es también muy complicado poder grabar una pelea de gallos. De nuevo un acto legal pero rodeado de ocultismo. Seguramente será porque la mayor parte de la Sociedad sentiría nauseas al contemplar las heridas que estos animales se causan durante la pugna: huesos rotos; los pulmones y los ojos perforados; cortes en la vena femoral de la pata con la consiguiente hemorragia mortal; heridas en el codo de la pata que provoca que tenga que continuar la pelea arrastrándose; lesiones en el nervio del cuello que hacen que pierda el control; otras veces el ataque en esta misma zona conlleva que el gallo se ahogue en su propia sangre; la conocida como “moceado” que afecta a la cabeza del animal y le causa la pérdida de visión; también heridas en su paladar: cortes en el ala que motivan que se caiga de lado – algunos soltadores en esta situación tienen la costumbre de romperles las plumas del ala en un intento de corregirla -; la llamada “capado o “capazón”, lesión extremadamente dolorosa que sufre durante el combate en la parte trasera y que en ocasiones hace que le salgan fuera los intestinos; también ataques en el buche y que pueden originar su ahogo en sangre… Y toda esta exhibición espeluznante de ensañamiento, sangre, vísceras, mutilación y agonía está reconocida y protegida en algunos lugares de nuestro País por la Ley
El Gobierno Canario tendrá potestad para permitir las peleas, no lo dudo, aunque conviene recordar que la ley las admite sólo donde se hubieran venido celebrando tradicionalmente y sin embargo lo cierto es que se están intentando recuperar en lugares en los que ya habían desaparecido. Serán legales, pero ninguna Normativa puede ocultar la realidad: que se está permitiendo una actividad que mueve mucho dinero ilegal; que hay apuestas que todos conocen y que todos niegan; que unos animales son obligados a enfrentarse, a despedazarse a picotazos el uno al otro; que esa carnicería sanguinolenta de la que deberían de avergonzarse los que la permiten y decretar ya mismo su prohibición es un hecho consentido y protegido y por último, algo que revuelve las entrañas a cualquier persona que no esté envilecida por la brutalidad como los defensores de esta degollina: que los niños asisten a las peleas de gallos y son testigos de cómo la violencia adquiere en ciertos entornos, la categoría de actividad lúdica y formativa .
Esto es una muestra más de la “España negra”. Sean gallos, toros, cabras, burros, perros o patos, seguimos asistiendo a una política de permisividad con costumbres nocivas y salvajes que hacen que en numerosos aspectos continuemos anclados en un pavoroso atraso moral. Muchos individuos son todavía un baluarte del maltrato a los animales con tanta cerrazón como falta de ética, pero es inconcebible que quien tiene la solución a su alcance y la obligación de trabajar por avanzar socialmente, por la defensa de los derechos de todos sin que su salvaguardia vulnere la integridad de nadie y en asegurar la transmisión de unos valores adecuados a los niños, basados en el respeto y la protección a todos los seres, sean cómplices de semejante barbarie y no hayan puesto final todavía a cualquier forma de maltrato animal, por mucho que se considere una tradición, porque jamás la crueldad puede admitirse como válida amparándose en lo rancio de su origen.
Julio Ortega Fraile.-Viernes, 26 de septiembre de 2008
Yo pensaba que cuando una Comunidad tiene transferida una competencia en determinada área eso le capacita para ampliar o mejorar la legislación estatal sobre la materia respetando una “ley de mínimos”, pero nunca para llevar a cabo un deterioro del amparo legal de quien sea objeto de protección por la misma. Y me estoy refiriendo en concreto al artículo 632 del Código Penal español, donde queda “prohibido maltratar a cualquier animal en un espectáculo no autorizado…” – y en el territorio peninsular las peleas de gallos no están permitidas- y a lo que se contempla en la Ley Canaria 8/1991 de protección de los animales en su párrafo 5.1, que establece el “impedimento de usar animales en peleas, fiestas, espectáculos y otras actividades que conlleven maltrato, crueldad o sufrimiento…” pero, indica la excepción en “el caso de las riñas de gallos en aquellas localidades en que tradicionalmente se hayan venido celebrando”.
No lo comprendo, si en Orense o en Mojácar, seleccionar, criar y someter a dos gallos a un enfrentamiento que normalmente acaba con la muerte de alguno de ellos y en cualquier caso, que tiene como resultado indefectiblemente el que ambos contrincantes resulten heridos, es considerado una costumbre cruel, que implica sufrimiento y calificada de maltrato, ¿por qué en Las Palmas o en Tenerife no lo es?. ¿Los gallos canarios no se duelen de sus heridas?, ¿tienen una fisiología diferente a los que se han criado en Ponferrada?. Algún iluminado dirá que así es y empleando el mismo argumento necio que aquellos que dicen que el toro de lidia ni nota sus tremendas lesiones, afirmará que al gallo de pelea, creado para ese fin, sólo le mueve el instinto de combatir y que ni siente ni padece, añadiendo, como no, que si las peleas se prohíben la raza desaparecerá; exactamente el mismo razonamiento manido e incoherente de los taurófilos. Me remito a las declaraciones de D. José Enrique Zaldívar, veterinario que ha rebatido de forma impecable la tesis de aquellos que mantienen que el toro no sufre, cuando explica que el toro de lidia en rigor, posiblemente no se puede considerar una raza como tal, puesto que es el resultado de cruces artificiales y no está fijado su fenotipo, es decir, no hay dos astados criados para las corridas que sean iguales ni tampoco todos ellos valen para este fin; traslado estos razonamientos al gallo de pelea y nos encontramos con que probablemente, no son raza ni especie y tampoco todos son adecuados para tan sangriento destino, de hecho muchos de ellos son desechados y sacrificados.
Y en cualquier caso, sean aptos o no para el combate la realidad no cambia: son seres vivos, con un sistema nervioso íntegro capacitado para sentir el dolor y por lo tanto, presentarlos en los “reñideros” para que claven el pico y las espuelas en su adversario hasta que uno de ellos caiga moribundo es un hecho repugnante, que a muchos apasiona porque mueve cantidades ingentes de dinero en apuestas clandestinas y que también entusiasma a otros a los que no mueven intereses económicos pero que se excitan con la visión de la sangre. No puedo valorarlo en ambos casos más que como una degeneración, una de ellas producida por una ambición enfermiza y la otra, por una absoluta falta de sensibilidad y un embrutecimiento estremecedor.
El Presidente de la Federación Canaria de Gallística, D. José Luis Martín, además de sumarse al irracional pretexto de que sin peleas la especie desaparecería, manifestaba que a diferencia de las corridas de toros, esta “es una lucha entre animales en las mismas condiciones…”. ¡Valiente disculpa!, se le olvidaba explicar que a comienzos del siglo XIX, personajes con aficiones tan atrabiliarias como la suya, se dedicaron a cruzar gallos hasta obtener estos ejemplares “fabricados” para saciar su sed de la violencia como una forma de diversión y que en todo caso, son criados y presentados como rivales gracias a la intervención del hombre, que dedica medios y recursos para que al fin se pueda celebrar la cruenta ceremonia, metiendo a dos gallos dentro de una jaula para que luchen hasta la muerte. No es la cuestión que sea una liza entre dos seres en igualdad, sino que lo relevante y a la vez repulsivo del asunto, es que un hombre mata a los gallos que estima que no son válidos, cuida y alimenta a aquel que cree idóneo y llegado el momento, lo lleva a un lugar donde hallará la muerte o saldrá malherido, un sitio al que ese animal no habría acudido por sí mismo. ¿Toda esa intervención humana no influye en lo que nos lo quieren presentar como un hecho natural?. Detrás de esas justificaciones sólo hay dinero y una culto aberrante a la crueldad, un antropocentrismo que una vez más, como en el caso de las corridas de toros, nos lleva a tener que reconocer que el hombre ha asumido su pretendida superioridad como una patente de corso para erigirse en dueño y señor de la existencia de otros seres que juzga inferiores, así como en verdugo de los mismos por cosechar beneficios o simplemente, porque le entretiene.
El responsable de la gallera de Arucas se refería al “desconocimiento de los ciudadanos”, manifestando que los detractores de las peleas “sólo se quedan con la sangre” pero que “no conocen los mimos que se dedican a estos animales”. De nuevo me acuerdo de la “vida regalada” del toro de lidia en la dehesa, ¡qué sádica abundancia!, es como el lujoso banquete ofrecido al condenado a muerte la noche anterior a su ejecución, la antesala dorada de un destino espantoso y sobre todo, inútil y evitable.
Y al igual que ocurre con el Toro de la Vega en Tordesillas, donde es prácticamente imposible obtener imágenes de cuando le clavan una y otra vez las lanzas hasta matarlo, es también muy complicado poder grabar una pelea de gallos. De nuevo un acto legal pero rodeado de ocultismo. Seguramente será porque la mayor parte de la Sociedad sentiría nauseas al contemplar las heridas que estos animales se causan durante la pugna: huesos rotos; los pulmones y los ojos perforados; cortes en la vena femoral de la pata con la consiguiente hemorragia mortal; heridas en el codo de la pata que provoca que tenga que continuar la pelea arrastrándose; lesiones en el nervio del cuello que hacen que pierda el control; otras veces el ataque en esta misma zona conlleva que el gallo se ahogue en su propia sangre; la conocida como “moceado” que afecta a la cabeza del animal y le causa la pérdida de visión; también heridas en su paladar: cortes en el ala que motivan que se caiga de lado – algunos soltadores en esta situación tienen la costumbre de romperles las plumas del ala en un intento de corregirla -; la llamada “capado o “capazón”, lesión extremadamente dolorosa que sufre durante el combate en la parte trasera y que en ocasiones hace que le salgan fuera los intestinos; también ataques en el buche y que pueden originar su ahogo en sangre… Y toda esta exhibición espeluznante de ensañamiento, sangre, vísceras, mutilación y agonía está reconocida y protegida en algunos lugares de nuestro País por la Ley
El Gobierno Canario tendrá potestad para permitir las peleas, no lo dudo, aunque conviene recordar que la ley las admite sólo donde se hubieran venido celebrando tradicionalmente y sin embargo lo cierto es que se están intentando recuperar en lugares en los que ya habían desaparecido. Serán legales, pero ninguna Normativa puede ocultar la realidad: que se está permitiendo una actividad que mueve mucho dinero ilegal; que hay apuestas que todos conocen y que todos niegan; que unos animales son obligados a enfrentarse, a despedazarse a picotazos el uno al otro; que esa carnicería sanguinolenta de la que deberían de avergonzarse los que la permiten y decretar ya mismo su prohibición es un hecho consentido y protegido y por último, algo que revuelve las entrañas a cualquier persona que no esté envilecida por la brutalidad como los defensores de esta degollina: que los niños asisten a las peleas de gallos y son testigos de cómo la violencia adquiere en ciertos entornos, la categoría de actividad lúdica y formativa .
Esto es una muestra más de la “España negra”. Sean gallos, toros, cabras, burros, perros o patos, seguimos asistiendo a una política de permisividad con costumbres nocivas y salvajes que hacen que en numerosos aspectos continuemos anclados en un pavoroso atraso moral. Muchos individuos son todavía un baluarte del maltrato a los animales con tanta cerrazón como falta de ética, pero es inconcebible que quien tiene la solución a su alcance y la obligación de trabajar por avanzar socialmente, por la defensa de los derechos de todos sin que su salvaguardia vulnere la integridad de nadie y en asegurar la transmisión de unos valores adecuados a los niños, basados en el respeto y la protección a todos los seres, sean cómplices de semejante barbarie y no hayan puesto final todavía a cualquier forma de maltrato animal, por mucho que se considere una tradición, porque jamás la crueldad puede admitirse como válida amparándose en lo rancio de su origen.