Trofeos de salón, proezas de barra y accidentes de caza. Opinión.
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Artículos
España Liberal, 28 Diciembre 2008.
Trofeos de salón, proezas de barra y accidentes de caza.
A los millones de animales muertos cada año, hay que sumar docenas de personas fallecidas y miles de heridos como consecuencia de un cruel "deporte": la caza (o el placer de matar por diversión).
"Un cazador de 65 años murió en una finca de Hellín (Albacete) tras recibir el disparo de otro cazador que lo confundió con un jabalí". "Félix Q.M., de 58 años y vecino de Zaragoza es la persona que ha fallecido este fin de semana en el término municipal de Agüero, mientras practicaba la caza... Parecer ser que fue la hija del fallecido, de más de 30 años, quien podría haber efectuado el disparo mientras recogían las armas". "Un abuelo le pega un tiro a su nieto con una posta de jabalí en Jumilla". "Un hombre mata a su amigo durante una cacería en Yecla". "Un vecino de Vilalba (Lugo), de 61 años, fallece mientras paseaba con su mujer a causa de un disparo atribuido a cazadores que participaban en una cacería".
Los casos arriba reseñados son una mínima muestra de sucesos relativamente recientes provocados por la actividad cinegética en nuestro País y con el resultado de muerte para un ser humano, cazador o enemigo de las armas, ese aspecto poca importancia cobra porque un cartucho disparado no detiene su trayectoria sea cual sea el destinatario de su carga mortal y lo mismo le revienta las entrañas a un venado, que a un ciclista o a un ojeador.
Aunque las cifras fluctúan, cada año mueren varias docenas de personas en "accidentes" relacionados con esta particular forma de diversión, que consiste precisamente en eso, en matar. Cierto es que el objetivo ansiado por un cazador no es un animal racional, ninguno quiere hacerse la fotografía con un Señor de Badajoz ensangrentado e inerte bajo su bota mientras le abre con las manos la boca al cadáver para mostrar sus incisivos, caninos y premolares, empastes incluidos, sino que lo que pretende y de hecho así lo hace, es lo propio pero con un jabalí o con un corzo e inmortalizar su proeza en una instantánea exhibiendo las fauces del "cochino" o agarrado a la cornamenta del cérvido. Pero dado que ambos, tanto el animal racional como el irracional, son o deberían de ser dueños de su propia vida y que en los dos casos son susceptibles de sentir miedo y dolor, el hecho de que a un individuo como el cazador, con supuesta capacidad para razonar, consciente de sus actos, que presumiblemente dispone de sensibilidad y sujeto a determinada ética en su comportamiento, le cause placer acechar, perseguir, apuntar y reventar a un criatura viva, revela una degeneración de sus valores deleznable en si misma, pero que se convierte en aterradora cuando sabemos que semejante aberración es lícita e incluso practicada y defendida por personajes con amplia influencia y parte de cuyo cometido, se supone que es la defensa de la Sociedad y la protección de todos los seres que la integran, así como contribuir a la educación de sus miembros en el respeto y la solidaridad. Y hoy en día no podemos considerar al hombre como el único elemento a salvaguardar en el Planeta, primero porque no está solo y su evolución accidental como criatura superior gracias a su racionalidad no le convierte en dueño del resto de especies; segundo porque ha venido a lo largo de los tiempos esclavizando y explotando al resto de animales en su propio beneficio y si en el pasado podía valer de disculpa la carencia de otros medios, actualmente la tecnología y avances obtenidos no hacen necesario el sometimiento de nuestros indefensos compañeros y tercero, porque la crueldad no es un atributo – exclusivamente humano - que se desarrolle en compartimentos estancos; aquel que es capaz de hacer gala de la misma sobre animales, que confunde su ejercicio con una actividad lúdica, se convierte en poseedor de una predisposición real y temible para trasladar su querencia por el sufrimiento ajeno hacia otros hombres, y aunque ya debería ser de por si intolerable tal conducta sobre criaturas irracionales, hay que tener en cuenta que la falta de empatía con el padecimiento de terceros salpica inevitablemente a la especie humana. El alto porcentaje de maltratadores, homicidas y asesinos múltiples que previamente habían descargado su violencia en repetidas ocasiones contra animales así lo atestigua, y es un dato recurrente en estudios psiquiátricos al que no se le otorga la importancia que tiene, como avisador de futuras conductas criminales.
Valga como ejemplo que ilustra esta lógica "evolución" de la insensibilidad y el sadismo lo ocurrido en Valls (Tarragona), cuando los cazadores de la zona y a requerimiento del Ayuntamiento - en lo que es una decisión que provoca mayor nausea al conocer su origen municipal - acabaron con la vida de más de doscientos perros y gatos que deambulaban por los alrededores. Es una realidad conocida que no deja de destilar una profunda hipocresía, el que la mayoría de los ciudadanos considera atroz cometer sobre un perro lo que consiente para un conejo o un venado, pero estos escopeteros no tuvieron el menor reparo en ir abatiendo a unos animales que a fuerza de convivir con el hombre y gracias a la fidelidad y ayuda por ellos demostradas, se han hecho merecedores de mayor respeto y protección que otras especies; tal suceso constituye una evidencia clara de cómo para los cazadores lo fundamental, lo que más les agrada, es matar y en cuanto la legislación les capacita para destrozar a una criatura habitualmente amparada por ella, no dudan un instante y siembran la muerte indiferentes a los gemidos de dolor de perros y gatos retorciéndose mientras se desangran. Un paso más son las habituales "amenazas" de este colectivo dirigidas a los defensores de los animales, corroboradas por los repetidos comentarios de unos cuantos cazadores en los que afirman que "lo ideal sería colgarlos de un árbol y pegarles un tiro para colocar su cabeza de ecologista en el salón", algo que no hacen porque la Ley no se lo permite al igual que normalmente no matan perros y gatos a la vista, aunque sea una práctica bastante común cuando no pueden ser descubiertos, pero que están dispuestos a llevarlo a cabo si se les consiente como lo prueban los hechos acaecidos en Valls y así como el deseo expresado por algunos de poder hacerlo con hombres es una realidad indiscutible. Y casos de cazadores que han empleado su arma para matar a su compañera, a un familiar o a un vecino con el que tuvieron una riña o mantenían una rencilla son comunes y conocidos. En fin, que poseer un arma y deleitarse con su utilización acabando con la vida de animales, es un indicador de las siniestras inclinaciones del sujeto en cuestión.
Pero volvamos a los accidentes. Participantes en batidas o simples paseantes que caen fulminados tras recibir el disparo de un cazador que apuntó hacia "algo" que se movía y que relamiéndose ante la perspectiva de abatir a un jabalí, apretó el gatillo sin mayores comprobaciones, cegado por su instinto de depredador lúdico; el resultado es que en numerosas ocasiones tras los arbustos quedan esparcidos los sesos de su propio padre, de un amigo o de un desconocido, porque un cazador "estaba seguro" de haber visto la silueta de un cerdo salvaje. Después, esta muerte quedará clasificada como "accidente de caza" y por supuesto, no tendrá consecuencias penales para su autor. Y si hablamos de unas docenas de muertos anuales, los casos de heridos son miles, acarreando para las víctimas muchas veces secuelas de por vida y todo por qué, pues porque un grupo de individuos – cada vez menos, año tras año baja el número de licencias de caza – han hecho de la muerte su pasatiempo preferido.
Si hablamos de los animales no nos estamos refiriendo a una necesidad real de exterminación; hoy en día la caza no es imprescindible bajo ningún concepto y todos los argumentos empleados por los cazadores para defender su continuidad, pueden ser rebatidos uno a uno utilizando la razón; al final sólo queda un motivo, el que subyace bajo tanta mentira a modo de disculpa cara a la Sociedad: que disfrutan matando. Y si nos centramos en las personas, los que fallecen o quedan lisiados por culpa de esta actividad cruel y absurda, no son "daños colaterales" inevitables producidos por una labor ineludible y orientada al bien común; no están investigando, ni tan siquiera jugando a un deporte en el que se le den patadas a un objeto inanimado, sino que son el trágico resultado de una distracción, un esparcimiento en el que en vez de dados o raquetas se usan armas, las fichas o las pelotas son seres vivos y la partida termina cuando la vida del animal acaba entre sangre y dolor.
Reconozco que no será fácil acabar con un entretenimiento que defienden y practican desde oficinistas u obreros del metal, hasta Ministros, Princesas y Reyes – lo que en absoluto lo dignifica - . En este País ha sido y es habitual que la misma mano que sostenía el bastón de mando hiciese lo propio con un rifle. Supongo que poder acabar impunemente con la vida de animales es un modo de sentirse poderoso, muchos creemos que es una manifestación de conductas enfermizas y aberrantes, pero parece ser que razón o justicia y Ley no siempre van de la mano y que lo idóneo de una conducta no se mide por su necesidad o consecuencias, sino por su legitimidad. Hará falta bastante tiempo y mucha educación, para que esta Sociedad avance en el respeto el tremendo retraso que acumula debido a la permisividad con la brutalidad hacia los seres más débiles pero ese día, los que ahora se hacen llamar cazadores y se autocalifican de conservacionistas, serán considerados como lo que realmente son, hombres y mujeres que matan a otros seres sin el menor atisbo de piedad o remordimientos, exterminadores consentidos que lejos de crear, destruyen vida y siembran la muerte porque les produce placer hacerlo. No es subsistencia, no es control de especies, no es actividad reguladora, no es una cuestión de seguridad; es un "deporte" que cada año deja en España treinta millones de animales muertos, varias docenas de personas fallecidas y miles de seres humanos heridos y lesionados. Eso y sólo eso es la caza; el resto de argumentos tienen el mismo valor que cuando un torero asegura amar al toro al que mata. Y es que es muy difícil justificar un crimen racionalmente, lástima que sea tan sencillo hacerlo legalmente.
Julio Ortega Fraile
Trofeos de salón, proezas de barra y accidentes de caza.
A los millones de animales muertos cada año, hay que sumar docenas de personas fallecidas y miles de heridos como consecuencia de un cruel "deporte": la caza (o el placer de matar por diversión).
"Un cazador de 65 años murió en una finca de Hellín (Albacete) tras recibir el disparo de otro cazador que lo confundió con un jabalí". "Félix Q.M., de 58 años y vecino de Zaragoza es la persona que ha fallecido este fin de semana en el término municipal de Agüero, mientras practicaba la caza... Parecer ser que fue la hija del fallecido, de más de 30 años, quien podría haber efectuado el disparo mientras recogían las armas". "Un abuelo le pega un tiro a su nieto con una posta de jabalí en Jumilla". "Un hombre mata a su amigo durante una cacería en Yecla". "Un vecino de Vilalba (Lugo), de 61 años, fallece mientras paseaba con su mujer a causa de un disparo atribuido a cazadores que participaban en una cacería".
Los casos arriba reseñados son una mínima muestra de sucesos relativamente recientes provocados por la actividad cinegética en nuestro País y con el resultado de muerte para un ser humano, cazador o enemigo de las armas, ese aspecto poca importancia cobra porque un cartucho disparado no detiene su trayectoria sea cual sea el destinatario de su carga mortal y lo mismo le revienta las entrañas a un venado, que a un ciclista o a un ojeador.
Aunque las cifras fluctúan, cada año mueren varias docenas de personas en "accidentes" relacionados con esta particular forma de diversión, que consiste precisamente en eso, en matar. Cierto es que el objetivo ansiado por un cazador no es un animal racional, ninguno quiere hacerse la fotografía con un Señor de Badajoz ensangrentado e inerte bajo su bota mientras le abre con las manos la boca al cadáver para mostrar sus incisivos, caninos y premolares, empastes incluidos, sino que lo que pretende y de hecho así lo hace, es lo propio pero con un jabalí o con un corzo e inmortalizar su proeza en una instantánea exhibiendo las fauces del "cochino" o agarrado a la cornamenta del cérvido. Pero dado que ambos, tanto el animal racional como el irracional, son o deberían de ser dueños de su propia vida y que en los dos casos son susceptibles de sentir miedo y dolor, el hecho de que a un individuo como el cazador, con supuesta capacidad para razonar, consciente de sus actos, que presumiblemente dispone de sensibilidad y sujeto a determinada ética en su comportamiento, le cause placer acechar, perseguir, apuntar y reventar a un criatura viva, revela una degeneración de sus valores deleznable en si misma, pero que se convierte en aterradora cuando sabemos que semejante aberración es lícita e incluso practicada y defendida por personajes con amplia influencia y parte de cuyo cometido, se supone que es la defensa de la Sociedad y la protección de todos los seres que la integran, así como contribuir a la educación de sus miembros en el respeto y la solidaridad. Y hoy en día no podemos considerar al hombre como el único elemento a salvaguardar en el Planeta, primero porque no está solo y su evolución accidental como criatura superior gracias a su racionalidad no le convierte en dueño del resto de especies; segundo porque ha venido a lo largo de los tiempos esclavizando y explotando al resto de animales en su propio beneficio y si en el pasado podía valer de disculpa la carencia de otros medios, actualmente la tecnología y avances obtenidos no hacen necesario el sometimiento de nuestros indefensos compañeros y tercero, porque la crueldad no es un atributo – exclusivamente humano - que se desarrolle en compartimentos estancos; aquel que es capaz de hacer gala de la misma sobre animales, que confunde su ejercicio con una actividad lúdica, se convierte en poseedor de una predisposición real y temible para trasladar su querencia por el sufrimiento ajeno hacia otros hombres, y aunque ya debería ser de por si intolerable tal conducta sobre criaturas irracionales, hay que tener en cuenta que la falta de empatía con el padecimiento de terceros salpica inevitablemente a la especie humana. El alto porcentaje de maltratadores, homicidas y asesinos múltiples que previamente habían descargado su violencia en repetidas ocasiones contra animales así lo atestigua, y es un dato recurrente en estudios psiquiátricos al que no se le otorga la importancia que tiene, como avisador de futuras conductas criminales.
Valga como ejemplo que ilustra esta lógica "evolución" de la insensibilidad y el sadismo lo ocurrido en Valls (Tarragona), cuando los cazadores de la zona y a requerimiento del Ayuntamiento - en lo que es una decisión que provoca mayor nausea al conocer su origen municipal - acabaron con la vida de más de doscientos perros y gatos que deambulaban por los alrededores. Es una realidad conocida que no deja de destilar una profunda hipocresía, el que la mayoría de los ciudadanos considera atroz cometer sobre un perro lo que consiente para un conejo o un venado, pero estos escopeteros no tuvieron el menor reparo en ir abatiendo a unos animales que a fuerza de convivir con el hombre y gracias a la fidelidad y ayuda por ellos demostradas, se han hecho merecedores de mayor respeto y protección que otras especies; tal suceso constituye una evidencia clara de cómo para los cazadores lo fundamental, lo que más les agrada, es matar y en cuanto la legislación les capacita para destrozar a una criatura habitualmente amparada por ella, no dudan un instante y siembran la muerte indiferentes a los gemidos de dolor de perros y gatos retorciéndose mientras se desangran. Un paso más son las habituales "amenazas" de este colectivo dirigidas a los defensores de los animales, corroboradas por los repetidos comentarios de unos cuantos cazadores en los que afirman que "lo ideal sería colgarlos de un árbol y pegarles un tiro para colocar su cabeza de ecologista en el salón", algo que no hacen porque la Ley no se lo permite al igual que normalmente no matan perros y gatos a la vista, aunque sea una práctica bastante común cuando no pueden ser descubiertos, pero que están dispuestos a llevarlo a cabo si se les consiente como lo prueban los hechos acaecidos en Valls y así como el deseo expresado por algunos de poder hacerlo con hombres es una realidad indiscutible. Y casos de cazadores que han empleado su arma para matar a su compañera, a un familiar o a un vecino con el que tuvieron una riña o mantenían una rencilla son comunes y conocidos. En fin, que poseer un arma y deleitarse con su utilización acabando con la vida de animales, es un indicador de las siniestras inclinaciones del sujeto en cuestión.
Pero volvamos a los accidentes. Participantes en batidas o simples paseantes que caen fulminados tras recibir el disparo de un cazador que apuntó hacia "algo" que se movía y que relamiéndose ante la perspectiva de abatir a un jabalí, apretó el gatillo sin mayores comprobaciones, cegado por su instinto de depredador lúdico; el resultado es que en numerosas ocasiones tras los arbustos quedan esparcidos los sesos de su propio padre, de un amigo o de un desconocido, porque un cazador "estaba seguro" de haber visto la silueta de un cerdo salvaje. Después, esta muerte quedará clasificada como "accidente de caza" y por supuesto, no tendrá consecuencias penales para su autor. Y si hablamos de unas docenas de muertos anuales, los casos de heridos son miles, acarreando para las víctimas muchas veces secuelas de por vida y todo por qué, pues porque un grupo de individuos – cada vez menos, año tras año baja el número de licencias de caza – han hecho de la muerte su pasatiempo preferido.
Si hablamos de los animales no nos estamos refiriendo a una necesidad real de exterminación; hoy en día la caza no es imprescindible bajo ningún concepto y todos los argumentos empleados por los cazadores para defender su continuidad, pueden ser rebatidos uno a uno utilizando la razón; al final sólo queda un motivo, el que subyace bajo tanta mentira a modo de disculpa cara a la Sociedad: que disfrutan matando. Y si nos centramos en las personas, los que fallecen o quedan lisiados por culpa de esta actividad cruel y absurda, no son "daños colaterales" inevitables producidos por una labor ineludible y orientada al bien común; no están investigando, ni tan siquiera jugando a un deporte en el que se le den patadas a un objeto inanimado, sino que son el trágico resultado de una distracción, un esparcimiento en el que en vez de dados o raquetas se usan armas, las fichas o las pelotas son seres vivos y la partida termina cuando la vida del animal acaba entre sangre y dolor.
Reconozco que no será fácil acabar con un entretenimiento que defienden y practican desde oficinistas u obreros del metal, hasta Ministros, Princesas y Reyes – lo que en absoluto lo dignifica - . En este País ha sido y es habitual que la misma mano que sostenía el bastón de mando hiciese lo propio con un rifle. Supongo que poder acabar impunemente con la vida de animales es un modo de sentirse poderoso, muchos creemos que es una manifestación de conductas enfermizas y aberrantes, pero parece ser que razón o justicia y Ley no siempre van de la mano y que lo idóneo de una conducta no se mide por su necesidad o consecuencias, sino por su legitimidad. Hará falta bastante tiempo y mucha educación, para que esta Sociedad avance en el respeto el tremendo retraso que acumula debido a la permisividad con la brutalidad hacia los seres más débiles pero ese día, los que ahora se hacen llamar cazadores y se autocalifican de conservacionistas, serán considerados como lo que realmente son, hombres y mujeres que matan a otros seres sin el menor atisbo de piedad o remordimientos, exterminadores consentidos que lejos de crear, destruyen vida y siembran la muerte porque les produce placer hacerlo. No es subsistencia, no es control de especies, no es actividad reguladora, no es una cuestión de seguridad; es un "deporte" que cada año deja en España treinta millones de animales muertos, varias docenas de personas fallecidas y miles de seres humanos heridos y lesionados. Eso y sólo eso es la caza; el resto de argumentos tienen el mismo valor que cuando un torero asegura amar al toro al que mata. Y es que es muy difícil justificar un crimen racionalmente, lástima que sea tan sencillo hacerlo legalmente.
Julio Ortega Fraile