Un año más, Cazalilla cumple con su tradición de maltrato animal lanzando a una pava desde el campanario.
El Mundo, 3 febrero 2012 Las fiestas de San Blas incluyen actuaciones, exposiciones, pasacalles y eventos deportivos, además de la misa y la procesión del Santo, tras la cual se lanza una pava viva desde el campanario para que se la quede quien la alcance, una tradición que se mantiene en la actualidad a pesar de la polémica que levanta año tras año. Así, hace unos días, la Asociación Andaluza para la Defensa de los Animales (Asanda) anunció que estaría "vigilante" para constatar si se producía el lanzamiento y, en ese caso, interponer la correspondiente denuncia, que normalmente deriva en una sanción administrativa de 2.001 euros (el mínimo aplicable) para el joven que arroje al animal. La multa no le quita el sueño a ningún vecino, ya que semanas antes de la fiesta se hace una colecta para pagarla entre todos y, de esta manera, no perder su fiesta, con la que consideran que no están dañando a nadie, incluida la protagonista. La costumbre de lanzar un ave desde el campanario asociada a la festividad de San Blas, patrón de la villa, podría remontarse a finales del siglo XIX o principios del XX, cuando dos familias enfrentadas se reconciliaron al casarse, el 3 de febrero, el hijo de una con la hija de la otra. Otra teoría, sin embargo, sitúa el origen de esta tradición en los sorteos populares con los que las cofradías de ánimas de muchos lugares de la provincia recaudaban fondos para sus fines. Sea cual sea la versión real de la historia, lo cierto es que la tradición se ha mantenido en el tiempo, al igual que otras menos polémicas, como la utilización de roscas de pan bendecidas por el santo como remedio para curar la tos. Diario de Jaén, 4 febrero 2012
Un año más Cazalilla cumplió con la tradición y lanzó la pava desde el campanario de la iglesia del pueblo. Sin embargo, el destino quiso esta vez que el animal no fuera a parar a las manos de una persona, sino a la techumbre del templo, donde permaneció impasible hasta que buscó cobijo en otro lugar. Ni los más viejos del lugar recuerdan un hecho así. Nunca antes la fiesta acababa sin la pava. Siempre pasaba la noche, y el resto de sus días, en el corral del afortunado en hacerse con ella. Ayer fue la excepción. Al cierre de esta edición, el ave seguía su particular peregrinaje de tejado en tejado por las casas del municipio. “Buscará el mejor sitio para quedarse”, apuntó Antonio Funes, uno de los muchos cazalilleros y de otros municipios cercanos que esperó hasta bien entrada la tarde a que la pava hiciera algún movimiento.El origen de la fiesta
Como en años anteriores, la Plaza de la Constitución era un hervidero de gente impaciente ante el lanzamiento del animal. A pesar de las voces en contra de las organizaciones proteccionistas, nadie dudaba de que, a la conclusión de la procesión de San Blas, la pava saldría volando desde la torre de la iglesia. Y así fue. A las siete menos veinticinco de la tarde, un vecino del pueblo, a cara descubierta, cumplió con el ritual —no sin antes hacerse de rogar—, la dejó caer desde el arco del reloj. Su vuelo fue de apenas unas décimas de segundo hasta que aterrizó en la cubierta de la parroquia. Fueron momentos de incertidumbre. “¿Subimos o no?” le preguntó un joven a otro.
Tras unos minutos de duda, la pava continuaba imperturbable, sin mover un ala y en el mismo sitio donde cayó. Los más osados entraron en el interior de la iglesia con la intención de subir al tejado, pero no pudieron porque todos los accesos estaban bloqueados por cuestiones de seguridad. “El techo está muy mal y hay riesgo de que pueda pasar una desgracia”, señaló un hombre en la puerta de Santa María Magdalena. La plaza fue poco a poco despoblándose hasta quedarse prácticamente vacía. Solo aguantaron la gélida noche los periodistas desplazados a Cazalilla para cubrir la noticia. El futuro de la pava es incierto. Lo más seguro es que amanezca en alguno de patios y corrales que circundan la parroquia, después de pasar la noche al raso, sin abrigo ni comida que echarse al pico.